Al Señor nunca lo vemos satisfacer la curiosidad de sus interlocutores. Cuando se le preguntó si los escogidos eran pocos, aprovechó para hablar a la conciencia, como para decir a cada uno: «No te preocupes por los demás; actúa de manera que te encuentres entre los pocos. En verdad la puerta es angosta, pero el reino es bastante amplio para acoger a todos los que deseen entrar ahora. Y si no quieres entrar por esta puerta angosta (v. 24), más tarde tendrás ante ti una puerta cerrada» (v. 25). ¡Cuán solemnes son estos llamados, estos vanos gritos y esta terrible respuesta:
No os conozco ni sé de dónde sois (v. 25, V. M).
Hay un error, exclamarán algunos, pues hemos tenido padres cristianos, hemos asistido a las reuniones, hemos leído la Biblia y cantado himnos. Pero el Señor solo recibirá en su cielo a los que aquí en la tierra lo hayan recibido en su corazón.
Estas severas palabras Jesús las dirige especialmente al pueblo de Israel. Mientras Herodes, esa “zorra” cruel y astuta, se apoderaba de “los polluelos” de Israel, su verdadero Rey procuraba reunirlos (v. 34). Pero no quisieron nada de él ni de su gracia, y ahora el Señor de gloria, abandonando la casa, a “los suyos” que no lo habían recibido (v. 35; Juan 1:11), proseguía su camino hacia la cruz.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"