La historia de Israel, representada por la higuera estéril, es al mismo tiempo la de toda la humanidad. Dios ha utilizado todos los medios para tratar de conseguir algo bueno de su criatura. Pero el hombre en la carne, a pesar de sus pretensiones religiosas (hermoso follaje), es incapaz de producir el más pequeño fruto para Dios. Ocupa, pues, inútilmente la tierra y debe ser juzgado.
Prosiguiendo su ministerio de gracia, Jesús curó a una pobre mujer enferma que estaba jorobada. Nosotros también corremos el riesgo de estarlo espiritualmente cuando nuestras miradas se vuelven hacia las cosas de la tierra o cuando nos obstinamos en llevar cargas que el Señor quiere llevar en nuestro lugar. Pero él “levanta a los caídos” y quiere que andemos “con el rostro erguido” (Salmo 146:8; Levítico 26:13). Nuevamente, este milagro hecho un sábado sirvió de pretexto a sus adversarios hipócritas. Mas su respuesta los cubrió de vergüenza y les recordó sus deberes de amor hacia una hermana, hija de Abraham.
Las dos pequeñas parábolas siguientes describen el gran desarrollo visible del cristianismo formal, impregnado de la levadura de falsas doctrinas e invadido por los hombres codiciosos (los pájaros del cielo caracterizados por su voracidad). El gran árbol de la cristiandad tendrá la misma suerte que la higuera de Israel (v. 9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"