La gente consideraba a Jesús como un profeta y no como el Cristo, el Hijo de Dios (v. 19). Por eso el Señor habló de su camino de rechazo y de sufrimiento, en el cual invita a los suyos a seguirle. Este camino requiere no solo el renunciamiento a tal o cual cosa, sino a uno mismo y a su propia voluntad. Frente al mundo y a sus maldades, los cristianos están muertos (Gálatas 6:14), pero están vivos para Dios y para el cielo. Por el contrario, los que quieran vivir su vida aquí abajo tienen ante ellos la muerte eterna. La prenda de esta elección capital es nuestra alma; ella vale más que el mundo entero.
Al subir al monte de la transfiguración, el Señor, para animar a los suyos, después de haberles mostrado el camino difícil de la cruz, deseaba mostrarles también dónde terminaría: en la gloria con él. ¿Y cuál era el tema de conversación allá arriba? La muerte del Señor Jesús. Habló con Moisés y Elías, pues no pudo hacerlo con sus discípulos (Mateo 16:21-22). Pero, por más grandes que fuesen estos testigos del Antiguo Testamento, debieron desaparecer ante la gloria del “Hijo amado”. La ley y los profetas habían llegado a su fin. Desde entonces Dios habla por el Hijo. ¡Escuchémosle! (v. 35; Hebreos 1:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"