El Señor envió a sus apóstoles. El poder y la autoridad que les dio eran la única cosa que ellos necesitaban para el camino (v. 3). A su regreso, los doce se apresuraron a contar todo lo que ellos habían hecho (v. 10). Compare con lo que hicieron Pablo y Bernabé, años más tarde, al volver de uno de sus viajes misioneros. Habiendo reunido a la iglesia de Antioquía, “refirieron cuán grandes cosas había hecho Dios con ellos” (Hechos 14:27; 21:19; 1 Corintios 15:10).
Jesús llevó a sus discípulos aparte, pero la gente no tardó en descubrirlo; entonces volvió a su ministerio sin la menor impaciencia ni cansancio. Recibió, habló y sanó a los que lo siguieron. Por su parte los discípulos, quizá más preocupados por su propio descanso que por el de los que allí estaban reunidos, querían despedir a la gente (v. 12). Pero el Maestro, al tiempo que se ocupó de la multitud, dio una lección a los suyos. Cuando fue constatada la insuficiencia de sus provisiones para alimentar a esta muchedumbre, Jesús proveyó por su propio poder. Observemos que hubiera podido prescindir de los cinco panes y de los dos peces; pero, en su gracia, toma lo poco que nosotros ponemos a su disposición y lo transforma en abundancia. Su poder siempre se perfecciona en la debilidad de sus servidores (2 Corintios 12:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"