Jairo, este principal de la sinagoga cuya única hija estaba a punto de morir, suplicó a Jesús que fuera a su casa. No tenía tanta fe como el centurión del capítulo 7, pues este último sabía que una palabra del Señor bastaría para que su siervo fuese curado, aun a distancia. Estando en camino, Jesús fue tocado a escondidas por una mujer que había consultado en vano a muchos médicos. Pero, con la curación, el Señor quiso darle la seguridad de la paz; para ello, la obligó a que se hiciera conocer.
En su camino con el padre angustiado, Jesús tuvo “lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado (v. 50; comp. 7:13; Isaías 50:4). Luego tuvo lugar una extraordinaria escena. Al llamado del “Autor de la vida” (Hechos 3:15), la niña se levantó inmediatamente. Pero Jesús sabía que tenía necesidad de alimento y, en su tierna solicitud, hizo que este le fuese dado. Así, en estas dos circunstancias, vemos el amor del Señor manifestarse aún después de la salvación: hacia la mujer, para establecerla en una relación personal con él y llevarla a darle públicamente un testimonio, y hacia esta niña, para alimentarla y fortalecerla.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"