Aunque era completamente distinto de Leví el publicano (Lucas 5:29), Simón el fariseo también convidó al Señor a su mesa. Quizás pensaba recibir el honor, pero Jesús le dio una humillante lección. Una mujer conocida por su vida pecaminosa se introdujo en la casa y derramó a los pies de Jesús, junto con el homenaje de su perfume, abundantes lágrimas de arrepentimiento. Fue esta pecadora, y no Simón el fariseo, quien refrescó el corazón del Salvador, pues ella tuvo conciencia de su gran deuda con Dios y vino a Jesús en el único estado conveniente: con un corazón contrito y humillado (Salmo 51:17). Antes de dirigirle la palabra de gracia que esta mujer esperaba, el Señor tuvo que decir “una cosa” a Simón, cuyos pensamientos secretos conocía. ¡Cuántas veces podríamos oír nuestro nombre en lugar del de Simón! «A ti también tengo algo que decirte», dice el Maestro a cada uno de nosotros. «Tal vez te comparas a otras personas que no han recibido como tú una educación cristiana, pero lo que cuenta a mis ojos son el amor por mí y las pruebas que me ofreces de este amor». ¡Que podamos discernir cuánto nos ha perdonado para amar más a nuestro Salvador!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"