¡Qué nobles sentimientos encontramos en el centurión de Capernaum! Gran afecto por un simple esclavo; benevolencia hacia Israel; humildad (“no soy digno”, declaró él; contrario a la propia justicia que arguyeron a su favor los ancianos de Israel; comp. v. 4); sentido de la autoridad y del deber adquirido por la vida militar (v. 8). Pero el Señor no admiró las cualidades morales, sino la fe de este extranjero, y la exaltó. La fe no existe sino por el objeto sobre el cual se apoya: en este caso, la omnipotencia del Señor. Cuanto más sea conocido el objeto en su grandeza, más grande será la fe. ¡Que Cristo sea grande para nuestro corazón!
Aproximándose a Naín, el Señor y la gente que lo acompañaba se encontraron con un cortejo. Era un entierro, como los que se ven en las calles (Eclesiastés 12:5; terrible advertencia de que la muerte constituye la paga del pecado). Pero este era particularmente triste, pues se trataba del único hijo de una viuda. Movido a compasión, Jesús comenzó por consolar a la madre. Después tocó el féretro (así como tocó al leproso en el cap. 5:13, sin ser mancillado; comp. Números 19:11). ¡Y el muerto se sentó y comenzó a hablar, manifestando así su retorno a la vida! No olvidemos que el testimonio verbal es una prueba necesaria de la vida que está en nosotros (Romanos 10:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"