Muerte y sepultura de Jesús

Mateo 27:50-66

La obra de la expiación se ha cumplido, la victoria se ha obtenido. Con un poderoso grito de triunfo, Cristo entró en la muerte:

Consumado es 
(Juan 19:30).

Y enseguida Dios dio otras pruebas de esta victoria: el velo del templo se rasgó de arriba abajo abriendo “un camino nuevo y vivo” por donde en adelante el hombre podría penetrar en su presencia con plena libertad (Hebreos 10:19-21). Los sepulcros fueron abiertos. La muerte fue vencida y tuvo que devolver algunos de sus prisioneros.

Luego, Dios cuidó el honor debido a su Hijo. Conforme a la profecía, Jesús ocupó la tumba de un hombre rico que piadosamente se ocupó de su sepultura (Isaías 53:9). A excepción de José de Arimatea, el evangelio de Mateo no muestra a ningún discípulo presente en esa hora. En cambio, algunas mujeres cuya devoción es recordada asisten a toda la escena. El amor sepultó a Aquel a quien el odio había crucificado.

Del principio al fin de este evangelio, el odio del hombre se ha encarnizado contra Jesús. En su cuna, este odio fue manifestado por Herodes, y lo persiguió hasta la tumba, guardada y sellada por los jefes de los judíos, pero tanto los soldados como el sello y la piedra fueron vanas precauciones; solo sirvieron, al contrario, para demostrar de manera más brillante la realidad de la resurrección.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"