Jesús fue conducido del pretorio al Calvario. Simón de Cirene fue obligado a llevar Su cruz, pero Jesús iba a llevar sobre sí voluntariamente una carga tan pesada que no tenía comparación. Se trata del pecado, que nadie pudo llevar en su lugar. Fue crucificado entre dos malhechores. “Su causa escrita” encima de la cruz acusaba en realidad a un pueblo que crucificó a su Rey. Este relato nos es dado brevemente, sin los detalles que los hombres hubieran agregado para conmover los sentimientos. Sin embargo, a través del sobrio lenguaje del Espíritu, comprendemos que ninguna forma de sufrimiento fue ahorrada al muy amado Salvador. Sufrimientos físicos, pero ante todo, indecibles heridas morales. Allí estaban los burladores provocándolo y desafiándolo a salvarse a sí mismo (v. 40). Pero si se quedó en la cruz, ¿no fue precisamente para salvar a los hombres? Ellos provocaban a Dios poniendo en duda su amor hacia Cristo, quien sentía infinitamente este ultraje (v. 43; Salmo 69:9). Pero para Jesús, el sufrimiento supremo fue el abandono que padeció durante las tres últimas horas en el madero, cuando Dios escondió su rostro, y fue hecho maldición para expiar nuestros pecados. ¡Dios hirió a su Hijo con los golpes que merecían nuestros pecados, los míos y los suyos!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"