El día despuntó. ¡Un día como no hubo otro en la historia del mundo y de la eternidad! La primera hora de la mañana encontró a los principales sacerdotes y a los ancianos maquinando la ejecución que habían decidido. Pero alguien vino a visitarlos; lo conocían bien: era el traidor, gracias al cual habían conseguido sus fines. ¿Qué quería? Judas atestiguó la inocencia de su Maestro, les devolvió el dinero y expresó su remordimiento. “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”, contestaron ellos sin ninguna compasión. ¡Entonces el miserable fue y se ahorcó, perdiendo su alma junto con la vida, sin hablar del dinero por el cual la había vendido! ¡En cuanto a los sacerdotes que no habían tenido escrúpulos para comprar la sangre inocente, temieron cuando se trató de poner el precio en el tesoro del templo!
Jesús fue conducido ante Pilato, el gobernador. Le hubiera sido fácil hallar en este magistrado romano un apoyo contra el odio de su pueblo. Pero guardó silencio, salvo para reconocer su título de rey de los judíos. Isaías ya lo había profetizado: “Como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca” (Isaías 53:7; comp. con los v. 12, 14; cap. 26:63).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"