Los jefes del pueblo tenían a Jesús en su poder, pero les faltaba un motivo que les permitiera condenarlo, ya que el Hombre perfecto no les daba ninguna oportunidad para acusarlo. Entonces buscaban “falso testimonio” contra él. Y era difícil hallar uno que tuviera apariencia de realidad. Por fin se presentaron dos falsos testigos con una frase distorsionada (comp. v. 61 con Juan 2:19). Pero lo que sirvió de pretexto para condenar a Jesús fue su declaración solemne de que él es el Hijo de Dios, pronto para venir en poder y en gloria. La pena de muerte fue pronunciada y enseguida la brutalidad y la cobardía se dieron libre curso (v. 67-68). Se cumplió la primera parte de lo que el Salvador había anunciado más de una vez a sus discípulos (cap. 16:21; 17:22; 20:19-20).
Para Pedro también fue una hora sombría, pero por una razón muy distinta: Satanás, que no pudo hacer vacilar al Maestro, hizo tropezar al discípulo. Tres veces el pobre Pedro negó a aquel por quien se había declarado dispuesto a morir. Hasta llegó a emplear un lenguaje grosero para mentir, porque anteriormente, sin que se diera cuenta, su manera de hablar había hecho que fuera reconocido como discípulo de Jesús.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"