Grande fue la perplejidad de Pilato frente al acusado que le trajeron los jefes de los judíos. Nunca había tenido ante sí un hombre como aquel. Un doble testimonio: el de su mujer (v. 19) y el de su propia conciencia (fin del v. 24) le daban la convicción de que estaba enfrentándose a un justo.Además, conocía la perversidad de los que se lo habían entregado por envidia (v. 18). ¿Qué hacer? Si lo condenaba, cometía una injusticia, pero si lo liberaba, su popularidad se vería afectada. Lavándose simbólicamente las manos (pero no su conciencia), echó la responsabilidad sobre el pueblo, el cual la aceptó con los ojos cerrados. Detrás de esta muchedumbre, movida por los más salvajes instintos, y detrás de sus jefes que la excitaban, Satanás proseguía su obra de odio. Pero Dios también proseguía su obra de gracia y salvación.
Jesús estaba en manos de soldados vulgares. Le pusieron un simulacro de vestidura real para mofarse de él antes de llevarlo al suplicio. Pero un día, a la vista de todos, el Señor aparecerá en toda su majestad de Rey de reyes. Y su mano poderosa, esta mano que entonces asía una caña, se levantará en juicio contra sus enemigos (comp. v. 29 con Salmo 21:3, 5, 8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"