Getsemaní

Mateo 26:31-46

Lleno de confianza en sí mismo, Pedro declaró estar dispuesto a morir junto con el Señor. Sin embargo, como veremos, no iría muy lejos.

Después de haber invitado a sus discípulos a velar y orar con él, Jesús se aproximó a ese jardín donde iba a dar la suprema prueba de su sujeción a la voluntad del Padre. Esa voluntad, que no cesó de ser la delicia del Hijo, implicaba una terrible y doble necesidad: el abandono de Dios, cosa infinitamente triste para el corazón de su Hijo amado, y el peso del pecado que debía cargar, con la muerte como salario (Romanos 6:23), cosa infinitamente angustiosa para el Hombre perfecto. La tristeza y la angustia invadieron su alma (v. 37). Él comprendía todo lo que representaba ese terrible camino de la cruz, del cual Satanás, en aquella hora, se esforzaba en desviarlo. Pero recibió la copa de la mano del Padre:

Hágase tu voluntad.

En su gracia, Dios nos ha permitido asistir a este combate del Salvador en Getsemaní, escuchar su oración insistente y dolorosa. ¡Que nos guarde de tener, como los tres discípulos, corazones adormecidos e indiferentes a su sufrimiento! En cambio, ¡que llene nuestras almas de agradecimiento y adoración al pensar en ello!

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"