El Señor ha terminado sus enseñanzas. Ahora los últimos acontecimientos van a cumplirse. Mientras en Jerusalén se tramaba su muerte en el consejo de los malos (v. 3-5), una escena muy distinta se desarrollaba en Betania. Rechazado y odiado por los grandes de su pueblo, Jesús encontraba entre los humildes y fieles la acogida, el amor y, bien podemos decir, la adoración que le correspondían. No teniendo más lugar en el templo, fue recibido en la casa de Simón el leproso. La realeza le había sido negada, pero un perfume de gran precio fue derramado sobre su cabeza, figura de la unción real. Esta mujer discernió y honró al Mesías de Israel: “Mientras el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor” (Cantares 1:12). Solo Jesús comprendió y apreció su acción. ¡Pero qué importa! ¿Quién podría molestarla si Él mismo encontraba su placer en ello?
Con el versículo 14 pasamos nuevamente a una escena de tinieblas. Judas el traidor, que acababa de sentir el aroma del perfume, cumplió su crimen y recibió su salario: treinta piezas de plata, el precio de un esclavo. Pero el profeta Zacarías lo llama, irónicamente, un hermoso precio, porque con él el Hijo de Dios sería apreciado (Zacarías 11:13).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"