Esdras

Esdras

Introducción

En el tercero o cuarto año1 de Joacim, rey de Judá, y en el primer año de Nabucodonosor, rey de Babilonia, este había subido contra Jerusalén, la había sitiado (Daniel 1:1), se había apoderado de Joacim y le había atado con cadenas de bronce para llevarlo a Babilonia (2 Crónicas 36:6). Al mismo tiempo se había llevado parte de los utensilios de la casa de Jehová, para adornar con ellos el templo de su dios (2 Crónicas 36:7; Esdras 1:7; Daniel 1:2). También había trasladado a Babilonia a cierto número de jóvenes que pertenecían a la familia real, o sea a la nobleza (Daniel 1:3).

El monarca caldeo parece haber cambiado luego de disposición para con el rey cautivo, pues se ve a este último establecido en su trono, en Jerusalén, donde reina once años (2 Crónicas 36:5; 2 Reyes 23:36). Pero tres años después de haber sido reintegrado a su reino, Joacim se rebeló contra Nabucodonosor. Este, ocupado en otra parte, no subió personalmente contra él; pero, hasta el final de su reinado, a instigación del rey de Babilonia, Joacim fue hostigado por las partidas enemigas de los caldeos, de los sirios, de Moab y de los hijos de Amón. Según la profecía de Jeremías, Joacim murió de muerte violenta y su cadáver, arrastrado y echado fuera más allá de los muros de Jerusalén, de día bajo el calor y de noche expuesto a la escarcha, fue enterrado “en sepultura de asno” (Jeremías 22:19; 36:30). Sin embargo, leemos que “durmió con sus padres”, expresión que parecería indicar que primeramente tuvo su lugar en los sepulcros de los reyes.

Joaquín (o Jeconías) sucedió a su padre Joacim, pero tan solo reinó tres meses en Jerusalén. Sobre él y su pueblo hizo caer Nabucodonosor la ira acumulada en su corazón por la conducta falsa y desleal de Joacim. Los siervos del rey de Babilonia “subieron contra Jerusalén… y la ciudad fue sitiada. Vino también Nabucodonosor rey de Babilonia contra la ciudad, cuando sus siervos la tenían sitiada. Entonces salió Joaquín rey de Judá al rey de Babilonia, él y su madre, sus siervos, sus príncipes y sus oficiales; y lo prendió el rey de Babilonia en el octavo año de su reinado. Y sacó de allí todos los tesoros de la casa real, y rompió en pedazos todos los utensilios de oro que había hecho Salomón rey de Israel en la casa de Jehová, como Jehová había dicho. Y llevó en cautiverio a toda Jerusalén, a todos los príncipes, y a todos los hombres valientes, hasta diez mil cautivos, y a todos los artesanos y herreros; no quedó nadie, excepto los pobres del pueblo de la tierra. Asimismo llevó cautivo a Babilonia a Joaquín…” (2 Reyes 24:10-15). Más tarde, Evil-merodac, hijo y sucesor de Nabucodonosor, el año en que comenzó a reinar sacó a Joaquín de prisión, puso su trono por encima del de los reyes que estaban con él en Babilonia, y lo mantuvo en su corte todos los días de su vida (2 Reyes 25:27-30).

Después que Joaquín hubo sido llevado en cautiverio, Sedequías, su tío, establecido por Nabucodonosor, quien le había hecho “jurar por Dios” que le sería fiel, profanó el Nombre de Jehová al quebrantar su juramento y se rebeló contra el rey de Babilonia. Este vino contra Jerusalén con todo su ejército, y se apoderó de ella después de dos años de un sitio terrible que redujo al hambre a los habitantes de la ciudad. Sedequías fue hecho prisionero, sus hijos degollados ante su vista, y él, luego que se le hicieron saltar los ojos, fue llevado a Babilonia cargado de cadenas de bronce. Sacerdotes, guardianes del templo, hombres de guerra, fueron objeto de una matanza; el templo, el palacio del rey y todas las casas de Jerusalén fueron quemadas y las murallas de la ciudad derribadas. Se llevó todo el oro, la plata y el bronce de la casa de Jehová. “Y a los del pueblo que habían quedado en la ciudad, a los que se habían pasado al rey de Babilonia, y a los que habían quedado de la gente común, los llevó cautivos Nabuzaradán, capitán de la guardia. Mas de los pobres de la tierra dejó Nabuzaradán, capitán de la guardia, para que labrasen las viñas y la tierra” (2 Reyes 25:11-12).

Lo que acabamos de exponer, según los relatos bíblicos, prueba que el cautiverio de Babilonia tuvo lugar en tres épocas diferentes: la primera, al principio del reinado de Joacim; la segunda, durante el corto período del reinado de Joaquín (o Jeconías); la tercera, por último, en el año once de Sedequías. Las dos últimas épocas fueron las más terribles, pero de la primera datan los 70 años de cautiverio predichos por Jeremías el profeta (2 Crónicas 36:21; Daniel 9:12; Jeremías 25:1, 11-12; 29:10, donde se cumplen 70 años en Babilonia, a saber, desde el primer año de Nabucodonosor; véase Jeremías 25:1).

Este primer cautiverio tenía un carácter muy particular, no como el segundo y el tercero por las devastaciones y la cantidad de hombres deportados, sino por la expoliación del templo de Jehová, privado de los objetos preciosos utilizados para el culto (Daniel 1:1-2; Esdras 1:7; 2 Crónicas 36:7). En el momento de la restauración de Judá, todos esos objetos (unos 5.400) le fueron devueltos (Esdras 1:9-11), y este fue incluso el rasgo más característico de este éxodo que había de volver a conducir a su país los restos del pueblo. El rasgo dominante del comienzo de estos 70 años, fue que la propia gloria del templo, la del culto de Jehová, fue llevada en cautiverio. Pocos años después, estando Joaquín prisionero, Ezequiel vio además cómo la gloria de Dios abandonaba como con pesar esta casa de la cual había querido hacer Su morada para siempre, y aun pocos años después de este acontecimiento, el templo, despojado de sus últimos adornos, fue incendiado y reducido a un montón de escombros.

De este primer período, pues, data el cautiverio. Dios había sido deshonrado por la idolatría del pueblo y de sus reyes; que los objetos preciosos quedasen en Su templo, o fuesen colocados en un templo de ídolos en Babilonia, ¿constituía una gran diferencia? En este hecho es necesario ver el carácter esencial del principio del cautiverio. Nunca nada semejante había ocurrido antes. Ezequías, como consecuencia de su rebelión contra Senaquerib, sin duda le había dado a este todo el dinero que se encontraba en el templo y, para pagar el tributo, había despojado a las puertas y las columnas de su revestimiento de oro (2 Reyes 18:15-16), pero no había tocado los objetos del culto. Durante el reinado de Joaquín, Nabucodonosor se apoderó, en mucho mayor medida, de todos los tesoros de la casa de Dios, y redujo a pedazos los utensilios que Salomón había hecho conforme a lo ordenado por Jehová, pero –lo repito– una profanación sin precedente (engalanar un templo de ídolos con los objetos del culto del verdadero Dios) solo tuvo lugar bajo el reinado de Joacim. El impío Belsasar, con sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas, al beber vino en los vasos sagrados, en alabanza a sus ídolos, quería celebrar así el triunfo de los falsos dioses sobre el verdadero Dios, y oponerlos públicamente a Jehová. En aquella misma noche, Dios le contestó por medio de juicio y muerte. Daniel, llevado de Jerusalén juntamente con sus compañeros, al principio de los 70 años de cautiverio, fue el profeta de este juicio (Daniel 5). En el primer año de Darío el medo, comprendió, al leer la profecía de Jeremías, que el fin del cautiverio estaba cercano. Entonces se humilló por el pueblo, y fue testigo de la restauración de Judá en el primer año de Ciro, pues todavía estaba en Babilonia en el tercer año de este rey (Esdras 1:1; Daniel 10:1).

  • 1Véase Daniel 1:1; Jeremías 25:1. El Antiguo Testamento nos ofrece frecuentemente estas diferencias de cálculo, debidas a que un fragmento de año a menudo se contaba como un año entero.