Introducción
Las páginas que siguen tienen por objeto recordar las enseñanzas de las Sagradas Escrituras acerca del importante asunto de la Iglesia o Asamblea1 del Dios viviente (1 Timoteo 3:15).
El estado actual del mundo cristianizado no es precisamente el mismo que el del tiempo en que el Señor ponía de nuevo en luz, por medio de servidores calificados, muchas verdades olvidadas. Estas verdades han sido difundidas quizá mucho más de lo que ellos pudieron sospechar. Pero el enemigo las ha mezclado artificiosamente con innumerables y perniciosos errores, por lo cual no es siempre fácil separar lo que se halla fundado en la Palabra de Dios de lo que es inaceptable para todo aquel que desee obedecer a la Palabra. No en vano estamos advertidos del peligro de estas «novedades»; estas a menudo tienen tan atractivas apariencias, y nos asaltan por tantos lados, en las conversaciones, las lecturas, las predicaciones, que nunca mostraremos demasiado celo en exhortarnos mutuamente a “guardar el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Timoteo 1:14).
Creemos que es necesario considerar una vez más qué es la congregación de los creyentes de acuerdo con la Palabra, ya que los que fueron llamados al privilegio de realizarla han dejado que el enemigo desarrolle en medio de ellos su obra de destrucción y dispersión. Reconozcamos nuestras inconsecuencias, humillándonos por ello y su causa, por nuestra falta de amor y fidelidad. Mas la verdad permanece. Pero es preciso que nos apliquemos a buscarla y nos atengamos a ella con corazones constreñidos por el amor de Cristo.
Por último, ¿cómo no sorprendernos al ver cuán a menudo se insiste únicamente en la «práctica» de una marcha, pero para la cual se olvida asegurar el terreno sobre el que ha de manifestarse? Sin duda alguna, el peligro de limitarnos a una observancia más o menos satisfactoria de costumbres consideradas como ortodoxas porque ellas eran observadas por nuestros antecesores, y de contentarnos, sin reconocerlo, con una especie de código de los hermanos, es más grande de lo que pensamos. Lo importante no es imitar a esos conductores, sino volver a la fuente de la cual bebieron. Lo que debemos imitar es “su fe”, considerando “el resultado de su conducta” (Hebreos 13:7). Esta provenía de su fe. En algunas circunstancias se oye decir: «Nuestros antiguos hermanos hubieran obrado de tal manera», o más corrientemente: «Los hermanos hacen esto o aquello». Bien, pero ¿podríamos decir el porqué y justificar por la Palabra –en su Espíritu y no solo en la letra– esas maneras de obrar, las cuales, por más buenas que fuesen, no tendrían otra autoridad que la tradición, la cual nos conduce a la rutina?
- 1Nota del editor (N. del Ed.): Los dos términos “iglesia” y “asamblea” son equivalentes. En estas páginas serán usados indistintamente. El de “asamblea” tiene la ventaja de que su forma recuerda sin cesar su significación, más frecuentemente perdida de vista con la palabra “iglesia”. Por otra parte, tanto uno como otro término pueden prestarse al equívoco, por cuanto son reivindicados por denominaciones religiosas particulares. Este libro no apoya, por supuesto, las prácticas de tales grupos, aunque tengan un nombre bíblico. Su único propósito es presentar lo que dicen las Escrituras respecto de la Iglesia.