La Iglesia

La cuestión del nombre

Empecemos estableciendo un punto que muy a menudo es considerado a la ligera: debemos repudiar todo nombre distintivo mediante el cual daríamos aprobación a una división más de la Iglesia. Si otros cristianos se llaman católicos, protestantes, calvinistas, luteranos, metodistas, bautistas, etc., podemos decir que, en todo caso, se muestran lógicos, pues llevan el nombre de su iglesia. Pero nosotros no conocemos otra iglesia que la sola Iglesia o Asamblea de Dios. No podemos llevar un nombre que no puedan llevar todos los hijos de Dios. Que el mundo, religioso o no, nos llame hermanos cerrados o exclusivos, o por cualquier otro nombre, es cosa suya; los apodos no han faltado nunca en la historia del pueblo de Dios. Pero reconocer cualquier nombre distintivo sería negar el principio de la unidad que es el de la reunión cristiana. Cuando el apóstol reprochaba a los corintios porque uno decía que era de Pablo, otro de Apolos, otro de Cefas, otro de Cristo, los reconvenía diciendo: “¿está dividido Cristo?” (1 Corintios 1:12-13).

El Nuevo Testamento habla de cristianos (Hechos 11:26; 26:28; 1 Pedro 4:16). Este nombre aun les era dado por los de fuera, quizá por escarnio. ¡Ojalá nuestro testimonio sea tal que con toda naturalidad nos llamen por este nombre, el de aquellos que siguen a Cristo!

Repetidas veces, en los Hechos de los Apóstoles, se habla de discípulos. Seamos fieles discípulos de la Palabra; que se nos pueda decir: “Habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17), la “doctrina de Cristo” (2 Juan 9).

Las epístolas hablan de santos. Apenas nos atreveríamos a emplear este nombre que el apóstol inspirado aplica a los cristianos de Corinto y de las otras asambleas locales: las “iglesias de los santos” (1 Corintios 14:33; Romanos 1:7; 1 Corintios 1:2; 2 Corintios 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1, etc.) Ocurre que algunos llegan a abusar de este término sin comprenderlo bien; en particular, cuando es empleado ante el mundo, puede llevar a la confusión, y aun dar pretexto al «escándalo». Recordemos cómo obró nuestro Maestro en Mateo 17:27. Sin embargo, tales son, por gracia, todos los rescatados de Cristo: santos por llamamiento de Dios y en virtud de la obra de Cristo; por eso, somos exhortados a vivir “como conviene a santos” (Efesios 5:3).

Pero, a lo largo de la historia referida en los Hechos de los Apóstoles, y sin cesar en las epístolas, el nombre que se repite es el de hermanos. Cristo no se avergüenza de llamar así a los que Él santifica: son “hermanos santos, participantes del llamamiento celestial” (Hebreos 2:11; 3:1). Este nombre de hermanos conviene en la familia de Dios, su empleo debe ser corriente entre los hijos de Dios. No tenemos que buscar otro nombre, aun menos reivindicar su uso exclusivo. Usándolo no olvidaremos el gran número de los que, al igual que nosotros, son hijos de Dios, pero que nos son desconocidos por hallarse dispersos dentro del mundo cristianizado. Experimentaremos, pues, en nuestros corazones el doloroso pero necesario sentimiento de la familia actualmente incompleta. No somos «los hermanos», sino simplemente hermanos que la gracia congrega en una época en que los hijos de Dios se hallan dispersos.