El fiel, perseguido sin causa por príncipes, tiene temor, no de estos, sino de la Palabra, pues teme desobedecerle (v. 161). No obstante, ¡ella es su gozo! (v. 162). ¡Ojalá la Palabra de nuestro Dios sea un tesoro para nuestros corazones! Inagotables riquezas se hallan ocultas en ella, pero solo las descubre el que hace de esa Palabra su regla de vida. Empezar por recibir permite luego llevar: el versículo 171 nos recuerda que la alabanza es el fruto de un corazón enseñado por los estatutos divinos. Bien alimentados de estos, sabremos hablar al Señor, adorarlo con inteligencia, pero también hablar alto, sin timidez, a nuestro alrededor, de todo el tema de nuestra meditación (v. 172; Efesios 5:11).
Los últimos versículos que resumen el salmo permiten ahora desentrañar el pensamiento directivo. Por medio de la tribulación, Israel será llevado a reconocer su extravío (v. 176). Aprenderá en la aflicción a amar la ley de Jehová (v. 163, 167, 174), a conformar su conducta a ella (v. 165-167), a aborrecer el mal (v. 163), a buscar su salvación solo en Dios (v. 166). Antes que intervenga la liberación final (v. 174), la restauración interior ya se habrá producido. Lo que permitirá que Dios obre a favor de los suyos y los introduzca en la bendición del Reinado.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"