La Palabra de Dios regula toda la vida del creyente. Le permite contestar, cuando se le ha perjudicado, no necesariamente con el lenguaje sino con la paciencia y la confianza que ella le enseña (v. 42). Porque es “la palabra de verdad” (v. 43), ella da al hombre de Dios verdadera seguridad y autoridad cuando habla y le confiere una santa libertad en su andar. ¿Por qué somos a menudo tan tímidos en nuestro pequeño testimonio personal? Justamente porque nos falta esa fuerza y esa convicción interior que comunica la Palabra de verdad cuando es creída, amada y meditada.
“Cánticos fueron para mí tus estatutos” (v. 54). ¡Qué Señor el nuestro! ¿De qué jefe de Estado, aunque fuese el mejor, podría decirse que sus órdenes son un motivo de gozo para el que debe someterse a ellas?
Los versículos 57 a 64 nos muestran el corazón del creyente preocupado por conformar su andar a la voluntad del Señor: “Consideré mis caminos” (v. 59), dice el fiel; y solo luego: “Volví mis pies a tus testimonios”. ¡Cuántas veces, por desdicha, nuestra conducta es contraria! Retengamos también el versículo siguente:
Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos (v.63)
(véase v. 79, 115) y preguntémonos a quién frecuentamos (Proverbios 13:20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"