Al estar ahí “en pie, calentándose” con los que habían prendido y atado a su Maestro, Pedro ya lo había prácticamente negado. Escoger voluntariamente nuestras amistades en un mundo que ha crucificado a Jesús, y compartir sus diversiones, nos expone de una manera u otra a deshonrar al Señor. No podemos contar con que seremos guardados (en respuesta a su oración del cap. 17:15-17) si no ponemos en práctica la separación de la cual se habla en esos mismos versículos (cap. 17:16). Gracias a su infidelidad, Pedro escapó momentáneamente del oprobio y de la persecución, como si fuese “mayor que su Señor”, quien iba al encuentro del odio y menosprecio de los hombres (cap. 15:20). Al interrogatorio hipócrita del sumo sacerdote, Jesús no tuvo nada que responder; ya había dado públicamente su testimonio. A sus jueces, pues, les correspondía probar su culpabilidad… ¡si podían!
Este evangelio recalca más que los otros tres la dignidad y autoridad del Hijo de Dios. A pesar de las humillaciones a las cuales lo sometieron y de la manera en que dispusieron de él sus verdugos, el Señor dominó absolutamente esas escenas como Aquel que se entregó a sí mismo a Dios en perfecto holocausto (Efesios 5:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"