Después de haber hecho las últimas recomendaciones a sus queridos discípulos y haberse despedido de ellos, Jesús se volvió hacia su Padre. El que nunca reivindicó nada para sí mismo, ahora pidió la gloria. Al honrar al Hijo obediente, glorificándolo, se trataba nada menos que de la gloria de Dios, este “Padre justo” (v. 25).
Como un mensajero fiel, Jesús daba cuenta de su misión cumplida en este mundo (v. 4). Una parte de esa obra había sido hablar del Padre a los suyos (v. 6, 26); ahora él hablaba de los suyos al Padre para confiárselos, ya que iba a dejarlos. Sus argumentos son conmovedores: “Han guardado tu Palabra… (dicho de otra manera, me aman, cap. 14:23) han creído que tú me enviaste”, dijo él, aunque sabemos cuán débil se había manifestado la fe de los pobres discípulos (v. 6-8; comp. 14:9).
Además, “tuyos son” (v. 9), prosiguió el Señor (¿cómo podrías abandonarlos?), “y he sido glorificado en ellos”, añadió recurriendo así al interés que el Padre tiene por la gloria del Hijo.
Finalmente hizo énfasis en la difícil situación de los redimidos que permanecen en un mundo tan peligroso, mundo que él mismo conoce muy bien, y que pone a prueba la fe. Hoy como entonces, Jesús aboga en favor de los suyos como perfecto intercesor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"