Los creyentes no son quitados del mundo cuando se convierten (v. 15). Al contrario, son expresamente enviados al mundo (v. 18) para cumplir la obra que les ha sido encomendada (comp. v. 4). Sin embargo, no son del mundo, como Jesús tampoco lo era. Su posición es la de extranjeros llamados a servir a su soberano en un país enemigo. Pero este incomparable capítulo nos enseña que, lejos de ser olvidados, los creyentes tienen un gran sumo sacerdote que intercede por ellos ante el trono de la gracia (comp. Hebreos 4:14-16). “Que los guardes del mal”, pide al Padre por ellos, porque están expuestos a la contaminación en semejante mundo (v. 15). “Santifícalos en tu verdad”: es la puesta aparte de los que obedecen la Palabra. “Que también ellos sean uno…”, deseo de su corazón que nos humilla cuando pensamos en las divisiones de los cristianos. “Que donde yo estoy, también ellos estén conmigo…” (v. 24). Los que no son del mundo no permanecerán en el mundo. Su parte eterna es con Jesús para ver Su gloria. “Quiero”, dice el Señor Jesús, pues la presencia de los suyos en el cielo junto a él testifica de los plenos resultados de su obra y forma parte de su gloria y de la del Padre.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"