Marta se dio cuenta de que su hermana era más capaz de entrar en los pensamientos del Señor que ella misma, y la llamó. Pero María solo atinó a decir como Marta: “Señor, si hubieses estado aquí…” (v. 32; comp. v. 21). Lo único que fue capaz de hacer en ese momento fue mirar atrás, como muchas personas que pasan por un duelo. Jesús, conmovido en su corazón, lloró; luego se fue al sepulcro. ¿Por qué lloró? ¿No sabía lo que iba a hacer? Sí, por supuesto, pero en presencia de los estragos de la muerte y de su trágico poder sobre los hombres, el santo Hijo de Dios se estremeció de dolor. El Vencedor de la muerte estaba ahí. Pero para que la gloria de Dios se manifestara ante la muchedumbre que sería testigo de su poder, era necesario que el estado de corrupción de Lázaro fuera debidamente comprobado (v. 39) y que el Señor, anticipadamente atribuyera, por una oración de acción de gracias, su poder Al que lo envió (v. 41-42). Solo entonces su poderosa voz de mando hizo salir de la tumba al muerto atado con las vendas… ¡Qué asombro para los presentes! En cuanto a nosotros, retengamos la promesa que el Señor hizo a Marta: “Si crees, verás…” –tal vez no exactamente lo que esperamos, sino– “la gloria de Dios” (v. 4-40).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"