Con mala fe, los judíos cuestionaron nuevamente al Señor: “Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (v. 24). Pero él no solo lo había declarado (por ej. cap. 8:58) sino que también lo había demostrado (v. 25, 32, 37-38). De ahí en adelante la actividad del Señor sería reservada solo a su manada. Las ovejas le pertenecen por derecho; primero, porque el Padre se las ha dado expresamente (v. 29), luego, porque él las ha rescatado. Los preciosos versículos 27 y 28 nos dicen a la vez lo que él hace por sus ovejas: les da la vida eterna, las conduce y las pone al abrigo en su mano, y lo que las caracteriza: ellas escuchan su voz y lo siguen. Aquí está la respuesta correcta a su maravilloso amor.
Nuevamente los judíos querían lapidar a Jesús (cap. 8:59) acusándolo ahora de blasfemia. “Siendo hombre, te haces Dios”, afirmaron ellos. Esta era efectivamente la ambición de Adán y de todos sus descendientes: ser igual a Dios. Pero Jesús siguió exactamente el camino contrario: “Siendo en forma de Dios” fue “hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo” (Filipenses 2:6-8).
Sin embargo, el versículo 42 concluye, como en el capítulo 8:30, recordando que “muchos creyeron en él allí” para pasar a ser sus felices ovejas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"