En este evangelio no encontramos parábolas. El “Verbo” habla a los hombres en un lenguaje directo. En cambio, ¡cuán preciosas son las imágenes y las comparaciones que el Señor emplea para hacerse conocer! Veamos los pasajes en los cuales declara: “Yo soy el pan de vida… la luz del mundo… la puerta… el buen pastor… la resurrección y la vida… el camino, y la verdad… la vid” (cap. 6:35, 48, 51; 8:12; 10:7, 9, 11, 14; 11:25; 14:6; 15:1, 5).
Yo soy la puerta de las ovejas,
dice en los versículos 7 y 9. Para ser salvo necesariamente hay que entrar por él (Efesios 2:18), pero también necesitamos ser conducidos. Abandonados a nuestro propio juicio, nos parecemos a la oveja, animal sin inteligencia que se descarría cuando no tiene pastor (Isaías 53:6).
En contraste con los asalariados, los ladrones y los salteadores diestros para robar a las almas, Jesús se presenta como el buen Pastor (v. 11, 14). Da dos pruebas de ello: la primera es la entrega voluntaria de su vida para adquirir a sus ovejas, supremo testimonio de su amor por ellas y, al mismo tiempo –no lo olvidemos– el motivo principal por el cual el Padre ama al Hijo (v. 17). La segunda es el conocimiento que él tiene de sus ovejas, y recíprocamente el que ellas tienen de su Pastor (v. 14). Un vínculo tan estrecho confirma sus derechos sobre su manada y sobre cada uno de nuestros corazones.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"