Que Jesús crezca, y que yo mengüe

Juan 3:22-36

Los discípulos de Juan se sintieron un tanto celosos al ver que su maestro perdía importancia en provecho de otro (v. 26; 4:1). Excepto dos de ellos (uno de los cuales era Andrés), que habían dejado a Juan para seguir a Jesús (cap. 1:37), no habían entendido cuál era precisamente la misión del precursor. Él era el amigo del Esposo. Y lo que provocaba el descontento de sus discípulos, a Juan, por el contrario, lo llenaba de gozo (v. 29). Él era feliz quedándose en la sombra. Su hermosa respuesta debería quedar grabada como una divisa en nuestros corazones:

Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe (v. 30).

Estas palabras dieron a Juan la oportunidad de exaltar al Señor Jesús: Él está por encima de todos, no por la autoridad que la muchedumbre le reconoce, sino porque “viene del cielo” (v. 31). Y no vino de allí como un ángel sino como el objeto de todo el amor del Padre, como su Heredero (Hebreos 1:1-2).

Una visita tan importante puso a la humanidad a prueba y la dividió en dos grupos: el de los que creen en el Hijo y tienen, por ese hecho, la vida eterna, y el de los que a causa de su incredulidad permanecen bajo la ira de Dios.

¡Qué terrible pensamiento! ¿De qué lado se encuentra usted? (cap. 20:31).

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"