Temeroso, pero impulsado por las necesidades de su alma, Nicodemo acudió a Aquel que es la vida y la luz (cap. 1:4-5). Ese principal de entre los judíos, ese eminente maestro de Israel, aprendió del divino Maestro una verdad tan extraña como humillante para él: sus cualidades, conocimientos o aptitudes humanas no le daban derecho al reino de Dios. Porque así como entramos en el mundo de los hombres por medio del nacimiento natural, es necesario otro nacimiento para entrar en ese dominio espiritual, el de la familia de Dios.
En la respuesta del Señor encontramos dos veces la expresión “es necesario”. Una se aplica al hombre:
Os es necesario nacer de nuevo.
La otra, su terrible contrapartida, concierne a nuestro adorable Salvador: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado”. El sacrificio de Jesucristo, puesto en la cruz a la mirada de mi fe, me salva de la perdición eterna (v. 14-15; comp. Números 21:8-9). Al contemplarlo, aprendo a conocer el amor de Dios para con el mundo –como para mí personalmente– y la suprema prueba que él ha dado de ese amor. El mundo no será juzgado sin haber sido previamente amado, como lo ha sido a través de la obra de Jesús. Todo el Evangelio está contenido en el maravilloso versículo 16, que ha sido el medio de salvación para innumerables pecadores, y ante el cual nuestras almas deberían quedar extasiadas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"