“El unigénito Hijo” que da a conocer al Padre, tal es el tema de este evangelio (v. 18; véase 1 Juan 4:9). Desde el primer versículo, del cual cada término debe ser sopesado, nos lo presenta como el Verbo (la Palabra), una persona eterna, distinguible de Dios Padre y que sin embargo es Dios(Salmo 90:2). Hasta donde pueda remontarse nuestro pensamiento en el tiempo, él ya era. Pero aquel Verbo, el Señor Jesús, creador de todas las cosas, única fuente de vida y de luz, no se dirigió a nosotros desde los majestuosos cielos, sino que vino al mundo (v. 9) sujetándose a nuestras limitaciones en el espacio y en el tiempo. Misterio insondable, ¡“el Verbo fue hecho carne”! (v. 14; 1 Timoteo 3:16). No vino como un mensajero apresurado que en seguida vuelve al que lo envió. Habitó entre nosotros sin dejar de estar, pese a ello, “en el seno del Padre”. Todo lo que Dios es en su propia naturaleza: amor y luz, gracia para el corazón y verdad para la conciencia del pecador, se acercó a nosotros y brilló en esta persona adorable. Pero las tinieblas morales del hombre no comprendieron la verdadera luz (v. 5); el mundo no conoció a su Creador y el pueblo de Israel no recibió a su Mesías (v. 11).
Y usted, ¿ha recibido a Jesucristo en su corazón? En caso afirmativo, usted es un hijo de Dios, según el versículo 12 y Gálatas 3:26.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"