Jesús subió de Capernaum a Jerusalén. “La pascua de los judíos” estaba cerca. Esta fiesta ya no tenía el carácter de las “fiestas solemnes de Jehová” ni de las “santas convocaciones” (Levítico 23:2), pues un vergonzoso comercio llenaba el templo. Los comerciantes vendían ahí los distintos animales para los sacrificios. Indignado, el Señor purificó la casa de su Padre.
Amigos creyentes, en la actualidad nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Si nos hemos dejado invadir y dominar por costumbres o pensamientos impuros, dejemos que el Señor ponga orden y nos santifique. Él quiere que todos nuestros afectos sean solo para el Padre.
Las personas de las cuales se habla en los versículos 23-25 creían en Jesús con su inteligencia, pero su corazón no había sido verdaderamente tocado. Reconocían Su poder para obrar milagros, pero eso no era fe, y Jesús no se fiaba de ellos. La fe viene por el oír la Palabra de Dios (comp. v. 22; Romanos 10:17). El perfecto conocimiento que Jesús tiene del corazón humano prueba su divinidad (v. 25; léase Jeremías 17:9-10), pero su amor no se ha enfriado por eso, pues él encuentra sus verdaderos motivos para amar en sí mismo y no en los hombres.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"