¡Cuán amonestados nos sentimos por estas enseñanzas del Maestro! ¡Dejémoslas penetrar en nuestros corazones y, sobre todo, vivámoslas! La mayoría de estas palabras se encuentran en Mateo 5 a 7; pero aquí son más personales. No dice: Bienaventurados los que…, sino: “Bienaventurados vosotros”. El versículo 31 resume las exhortaciones dirigidas “a vosotros los que oís” (v. 27):
Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.
¡Qué bien tratados estarían nuestros semejantes si nosotros obedeciéramos a esta exhortación!
Todos estos rasgos de carácter son extraños a nuestra naturaleza orgullosa, egoísta e impaciente. El Señor recalca que esos caracteres emanados de Dios mismo son los que nos darán a conocer como “hijos del Altísimo” en la tierra (v. 35-36). En el cielo no tendremos la ocasión de manifestarlos, puesto que allá arriba no habrá enemigos para amar, injusticias que soportar, ni miserias que aliviar. Nuestra responsabilidad y privilegio es parecernos a Jesús aquí en la tierra, reflejar la dulzura, el amor, la humildad y la paciencia del perfecto Modelo, “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba” (1 Pedro 2:21-23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"