Si un pequeño cuerpo extraño se deposita sobre la lente de un microscopio, no se puede ver nada más a través de él. ¡Cosa curiosa, para nosotros es lo contrario! Cuanto más grande sea la viga que se aloje en nuestro ojo, más aguda tenemos la vista para distinguir la paja en el ojo de nuestro hermano.
En el versículo 46 Jesús nos hace una pregunta que debe hacernos reflexionar:
¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
¿Con frecuencia no somos muy ligeros y poco consecuentes pronunciando el nombre del Señor Jesús en nuestras oraciones? No tenemos derecho a llamarlo así si no estamos dispuestos a hacer su voluntad en todas las cosas (1 Juan 2:4). Muchos hijos de padres cristianos han aceptado, por gracia, a Jesucristo como su Salvador; pero mientras no reconozcan su autoridad de Señor, ¿podemos decir verdaderamente que se han vuelto hacia Él? El verdadero cristianismo consiste en vivir no para uno mismo sino para el que murió por nosotros, sirviéndolo y esperándolo (1 Tesalonicenses 1:9-10; 2 Corintios 5:15). Fundar nuestras esperanzas “sobre la tierra” es ir hacia una gran ruina (v. 49). Sí, edifiquemos nuestra casa “sobre la roca” (v. 47-48); vayamos a Jesús, escuchemos sus palabras y pongámoslas en práctica.