En plena noche, el palacio del sumo sacerdote estaba en gran efervescencia. Jesús se hallaba delante de sus acusadores. Falsos testigos hacían declaraciones que no concordaban. Pero el Señor no sacaba partido para defenderse. Fue condenado, abofeteado, golpeado; le escupieron la cara. Nuestro adorable Salvador aceptó todos esos ultrajes anunciados proféticamente (Isaías 50:6).
Otra triste escena transcurría en el patio del palacio. Pedro no había creído lo que le decía su Maestro, a quien le contestó: “No te negaré” (v. 31). Tampoco había acatado la exhortación de velar y orar en Getsemaní. El secreto de su derrota está ahí. Sin embargo, el Señor le había advertido: “La carne es débil” (v. 38). Pero era una verdad que Pedro no estaba dispuesto a aceptar, por eso debía hacer esa amarga experiencia. Lo que nosotros no queremos aprender con el Señor, recibiendo humildemente su Palabra, tendremos que aprenderlo dolorosamente enfrentándonos al enemigo de nuestras almas.
Para confirmar mejor que él no conocía a “este hombre”, Pedro profirió maldiciones y juramentos. No lo juzguemos; pensemos más bien de cuántas maneras podemos negar al Señor si no velamos: por nuestros actos, palabras o… el silencio (léase 1 Corintios 10:12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"