Los discípulos estaban impresionados por la grandeza y belleza exterior del templo. Mas el Señor no mira “lo que mira el hombre” (1 Samuel 16:7; Isaías 11:3). Él había entrado en el templo y había constatado la iniquidad que lo llenaba (cap. 11:11). Por tanto su mirada llegaba más allá, a los acontecimientos que pocos años después de su rechazo traerían la ruina de la ciudad culpable. La historia nos enseña que en el año 70 Jerusalén fue objeto de un terrible asedio y una destrucción casi total por el ejército del general romano Tito. Ese horroroso castigo puso a prueba grandemente la fe de los creyentes que estaban muy apegados a la santa cuidad. Pero Jesús los había animado de antemano (v. 2, 11, 13). Cuántos hijos de Dios, al atravesar las persecuciones, han hecho maravillosas experiencias. En el momento de dar testimonio, el Espíritu Santo les dictó lo que debían decir. Así fue para Pedro cuando lo condujeron ante los jefes del pueblo, los ancianos y los sacerdotes en Hechos 4:8, y para Esteban (cap. 7:55). Pero, según nuestra medida y según nuestras necesidades, ese poder del Santo Espíritu también podrá manifestarse, al dejarle obrar en nosotros.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"