Ahora el que había tomado “forma de siervo” iba a mostrar hasta dónde llegaría su obediencia. Sí, “hasta la muerte, y muerte de cruz”(Filipenses 2:7-8). Satanás puso todo en acción para hacer salir a Jesús del camino de su perfección. En esa lucha decisiva el enemigo se sirvió de la angustia del Señor, quien conocía todo el horror de la copa de la ira de Dios contra el pecado, la cual su Padre le daría a beber en breve. El arma de Jesús fue su dependencia. Una palabra que solo le escuchamos emplear aquí traduce la intimidad más profunda de tal momento: “Abba, Padre”, dijo él, sabiendo que esta perfecta comunión debería interrumpirse cuando bebiera la copa. Pero precisamente su amor incondicional por el Padre acarreaba una obediencia incondicional:
Mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.
En presencia de tal combate, ¡cuán culpable era el sueño de los discípulos! Poco tiempo antes su Maestro los había exhortado a velar y orar (cap. 13:33). Y aún les pidió encarecidamente tres veces, pero fue en vano; sin embargo, él estaba preparado. El traidor llegó con aquellos que venían a prenderlo. Sus discípulos lo abandonaron y huyeron, incluso ese joven envuelto en una sábana, imagen de la profesión cristiana que no resiste la prueba.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"