Después de la amargura de la cruz donde el Salvador estuvo solo, Dios se complace en mostrar la diligencia y entrega de algunas almas piadosas que honraron a su Hijo. En primer lugar, José de Arimatea reclamó el cuerpo de Jesús a Pilato y se ocupó piadosamente de su sepultura. Luego, al amanecer del primer día de la semana, el día de la resurrección, vemos a tres mujeres apresurándose hacia el sepulcro. Son de aquellas que “le seguían y le servían” antes de asistir con dolor a la escena de la cruz (cap. 15:40-41; Juan 12:26). En su deseo de cumplir un último servicio para con Aquel que pensaban haber perdido, llevaban especias aromáticas para embalsamar su cuerpo. Pero esos preparativos fueron inútiles, pues un ángel les anunció la gloriosa nueva: Jesús había resucitado. Notemos que otra mujer, la que en el capítulo 14 versículo 3 había ungido los pies de Jesús, no se hallaba en el sepulcro. ¿Sería por falta de afecto hacia el Señor?
Ella dio prueba de lo contrario. Había sabido discernir el momento de derramar su perfume. Acordémonos de que la abnegación del amor es más preciosa aún para el Señor cuando está acompañada con el discernimiento de su voluntad y la obediencia a su Palabra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"