Apremiados por la proximidad de la Pascua y en su afán por acabar con ese prisionero que les inspiraba temor, los jefes del pueblo no perdieron un instante. Llevaron a Jesús ante Pilato con las manos atadas, esas manos que habían curado tantas miserias y solo habían hecho el bien. Ante el gobernador romano, el Salvador nuevamente guardó un silencio cuyos maravillosos motivos están revelados en el Salmo 38:1-15; 39:9 y Lamentaciones 3:28. Su oración en aquel momento fue: “En ti, oh Jehová, he esperado; tú responderás, Jehová Dios mío”. “Porque tú lo hiciste”.
Bajo la presión de los principales sacerdotes todo el pueblo en su ciega locura reclamaba a grandes gritos la libertad del asesino Barrabás y la crucifixión de su Rey. Entonces Pilato, para complacer a la muchedumbre, liberó al criminal y condenó a Aquel cuya inocencia reconocía. Nótese hasta dónde puede llegar el deseo de complacer a los hombres (Juan 19:12).
Los brutales soldados se mofaban, fingiendo someterse a Aquel que estaba en su poder (ellos no comprendían que se hubiese entregado voluntariamente). Y el hombre coronó a su Creador con las espinas que la tierra había producido como consecuencia del pecado del hombre (Génesis 3:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"