Entonces, fue Jesús quien enunció un problema embarazoso para sus interlocutores. ¿Cómo puede el Cristo ser a la vez el hijo y el Señor de David? (véase Salmo 89:3-4, 36). Ellos no sabían explicarlo y su orgullo les impedía pedir la respuesta… a Cristo mismo. Pues justamente a causa de su rechazo, el Hijo de David ocuparía la posición celestial que le atribuye el Salmo 110.
Para poner al pueblo en guardia contra sus jefes indignos, el Señor hizo una triste descripción de los escribas vanidosos, avaros e hipócritas. Desgraciadamente, estos rasgos también han caracterizado a otros jefes religiosos, además de los de Israel (véase 1 Timoteo 6:5).
El versículo 41 nos muestra a Jesús sentado cerca del tesoro del templo. Con su mirada penetrante, que ya hemos visto puesta sobre todos y todas las cosas, observaba no cuánto daba (lo único que le interesa al hombre), sino cómo daba cada uno.
Y he aquí una pobre viuda se acercó con su conmovedora ofrenda, las pocas monedas que le quedaban para vivir. Emocionado, el Señor llamó a sus discípulos y comentó lo que acababa de ver. ¡Ah! esa ofrenda extraordinaria, “todo lo que tenía”, probaba no solamente el afecto de esta mujer por el Señor y su casa, sino también la total confianza que ella había puesto en Dios para atender a sus necesidades (comp. 1 Reyes 17:13-16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"