Uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo, apeló a Jesús para pedirle que sanara a su hija. Mientras el Maestro iba a su casa, una mujer a quien ningún médico había podido curar, recurrió por la fe secretamente a su poder (v. 28). Querido amigo, tal vez usted ha buscado por diversos medios un remedio a sus miserias morales. Jesús todavía hoy pasa cerca de usted. Haga como esa pobre mujer: ¡aférrese al borde de su manto! (comp. 6:56, final).
La mujer supo que había sido sanada, y el Señor también lo supo. Pero era necesario que todos lo oyesen; por eso Jesús la indujo a darse a conocer, a confesar públicamente “toda la verdad”. De ese modo, en respuesta a su fe, ella obtuvo unas palabras de gracia infinitamente más preciosas que la simple curación: “Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz” (v. 34). Mientras tanto, en la casa de Jairo resonaban voces de desesperación y lamento (v. 38). Pero Jesús consoló al padre afligido dirigiendo hacia Dios sus pensamientos… y los nuestros, diciéndole:
No temas, cree solamente (v. 36).
Luego, con la expresión “Talita cumi”, tan conmovedora que el Espíritu la hizo constar en el mismo idioma que hablaba el Salvador, resucitó a la niña.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"