En la primera travesía del lago (cap. 4:35-41) el Señor estaba con sus discípulos, aunque dormía en la barca. Pero en esta ocasión la fe de los doce fue probada aún más profundamente, pues su Maestro no estaba con ellos. Había subido a la montaña para orar, mientras ellos, solos en la noche, luchaban contra el viento y las olas. Habían perdido de vista a Jesús, pero él, cosa notable, viéndolos remar en el mar agitado (v. 48), vino a ellos en la madrugada (véase Job 9:8). ¡Qué poco preparados estaban para volver a encontrarlo! Mas él, con unas palabras, se dio a conocer y los tranquilizó: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (v. 50; Isaías 43:2). ¡Cuántos creyentes, atravesando la prueba, agotadas sus fuerzas y habiendo perdido el ánimo, han podido oír la voz conocida del Señor recordándoles su presencia y su amor!
Al desembarcar por segunda vez en el país de Genesaret, Jesús fue recibido con entusiasmo e hizo numerosos milagros. ¡Qué contraste con el principio del capítulo! (v. 5-6). Reconocer a Jesús como esas personas lo hicieron (aunque en otro tiempo lo habían menospreciado) y recibirlo, es suficiente para beneficiarse de los tesoros infinitos de su gracia, la cual siempre está a disposición de la fe.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"