Aquí el Señor explica a sus discípulos la parábola del sembrador. Ella es el punto de partida de toda su enseñanza (v. 13). En efecto, para entenderla, es necesario que el Evangelio se haya arraigado en el corazón.
Aunque seamos verdaderos creyentes, temamos parecernos a veces a los tres primeros terrenos, pues Satanás no solo busca arrebatar la buena nueva de la salvación tan pronto como es sembrada, sino que también quiere robar la bendición que produce la Palabra de Dios. ¡Cuántas palabras nos ha dirigido Dios, a las que nuestro corazón ha permanecido insensible porque nuestros contactos con el mundo lo han endurecido! ¿No hemos obrado muy a menudo bajo el impulso de los sentimientos, hasta que una prueba manifestó nuestra falta de fe y de dependencia del Señor? (v. 17).
La despreocupación y la preocupación son igual de nocivas (Lucas 21:34). Juntamente con “el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas”, pueden ahogar por un tiempo la vida espiritual de un hijo de Dios y privar así al Señor del fruto que el creyente hubiera tenido que llevar a su tiempo (Tito 3:14). “Dad atención a lo que oís” (v. 24; V. M.), nos recomienda el Señor. En el evangelio de Lucas, capítulo 8:18, leemos: “Mirad, pues, cómo oís”. Sí, ¿de qué manera recibimos la divina Palabra?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"