Después de haber ofrecido el verdadero reposo del alma (cap. 11:28-29), el Señor Jesús hizo comprender que el reposo legal del sábado no tenía más razón de ser. Sobre esta cuestión del sábado, los fariseos trataban de sorprender en una falta, primero a los discípulos y luego al Maestro mismo. Pero cuando esto ocurrió, el Señor se sirvió de esa oportunidad para explicarles que todo el sistema basado en la ley y los sacrificios había sido dejado de lado por su venida en gracia, y les citó por segunda vez las palabras del profeta Oseas 6:6: “Porque misericordia quiero, y no sacrificio” (v. 7; véase cap. 9:13; Miqueas 6:6-8). ¿De qué servía la observancia del cuarto mandamiento de la ley, cuando todos los demás eran transgredidos? Pretender respetar el sábado era dar la impresión de que todo iba bien en Israel, era estimarse más justo que Dios. Mientras reinaba el pecado, nadie podía descansar: Ni el hombre, cargado con el pecado, ni Dios, pues el Padre y el Hijo trabajaban juntos para quitar el mal y sus consecuencias (Juan 5:16-17). Así, sin dejarse detener por los consejos de los malos, el perfecto Siervo seguía con su obra. La cumplió en el espíritu de humildad, de gracia y de mansedumbre que, según el profeta Isaías (cap. 42:1-4), debían permitir reconocerlo.
Estas cualidades siguen siendo de gran precio para el corazón de Dios (comp. 1 Pedro 3:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"