El Señor no se contentó con mandar a sus discípulos, sino que siguió su propio ministerio. En cambio, Juan el Bautista, desde el capítulo 4:12, terminó el suyo en la cárcel de Herodes. La pregunta que mandó hacer a Jesús por medio de sus discípulos nos deja ver su desaliento y perplejidad. Jesús, del que había sido su ferviente precursor, no establecía su reino ni hacía nada para liberarlo. ¿No era Él el Mesías prometido? El Señor contestó con un mensaje por medio del cual le hizo sentir tiernamente su falta de confianza, al decirle: “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”. Pero ante la muchedumbre, Jesús dio un amplio testimonio del más grande de todos los profetas (v. 7-15).
Cuando se trata de la entrada en el reino, la violencia pasa a ser una cualidad, y hasta una cualidad indispensable (v. 12). Dios nos abre todos sus tesoros, pero por nuestra parte debemos tener el ardiente deseo de poseer lo que Él nos ofrece y el santo celo de la fe que se apodera osadamente de todas las promesas divinas. ¡Ay, cuántos jóvenes se han quedado detrás de la puerta por falta de decisión y energía, por temor a las luchas y a los renunciamientos! No olvidemos que los cobardes se hallarán en compañía de los incrédulos, los homicidas y todos los demás pecadores que no se hayan arrepentido (Apocalipsis 21:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"