Para interceder no basta conocer la debilidad del corazón humano (v. 46). También es necesario tener confianza en la compasión del corazón de Dios. Si Jesús, nuestro sumo sacerdote y nuestro Abogado, conoce por demás el corazón del hombre, también conoce el de su Padre. Pero su deseo es que acudamos a él para experimentarlo personalmente (comp. Juan 10:17; 16:27).
¡“Escucha y perdona”! (v. 49-50). Este capítulo nos enseña que en verdad se puede acudir a Dios en toda ocasión. Había un lugar a los pies del Señor para los más grandes pecadores (Lucas 7:37). Aún hoy, fiel a su promesa, Cristo no echa fuera al que viene a él (Juan 6:37).
El pecado es la cadena por medio de la cual hasta un creyente puede ser cautivo en “tierra enemiga” (v. 46). Dios está dispuesto a liberarle; pero el camino del perdón pasa necesariamente por la confesión.
Mi pecado te declaré… y tú perdonaste la iniquidad de mi pecado
(Salmo 32:5).
Dios escucha, él perdona; sí, puede perdonarlo todo, porque Jesús expió todo. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"