El rey Salomón toma la palabra. Ocupando el lugar del descendiente de Aarón, aquí cumple él mismo el oficio de sacerdote, porque es una figura de Cristo, rey y sacerdote. Recuerda el pasado: Egipto, la gracia para con David, el pacto y las promesas.
Cuatrocientos ochenta años antes, en la orilla del mar Rojo, los israelitas habían cantado el cántico de la liberación:
Este es mi Dios, y lo alabaré… Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada… Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado
(Éxodo 15:2, 13, 17).
Cerca de cinco siglos fueron necesarios para que estas palabras se realizaran. El tiempo transcurrido no quita la veracidad de las promesas de Dios (comp. 2 Pedro 3:4). Salomón se complace en repetir: “Lo que con su mano ha cumplido” (v. 15); “Jehová ha cumplido su palabra que había dicho” (v. 20).
“Mi nombre estará allí” (v. 29). Recordemos una vez más esta promesa del Señor Jesús: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"