Salomón fue muy diligente al construir el templo. Le bastaron siete años para hacerlo, mientras que Herodes necesitó cuarenta y seis para reconstruirlo (Juan 2:20).
El rey se ocupa ahora de su propia casa, empero, sin desplegar en ella el mismo apresuramiento: tarda trece años. Aprendamos a hacer primero, bien y activamente lo que el Señor nos encarga hacer para él, antes de dedicarnos a nuestros propios asuntos.
Después del templo, como sabio arquitecto, Salomón construye otras tres casas: la suya (v. 1); la casa del bosque del Líbano con su pórtico (v. 2-7) y, finalmente, la de su mujer, hija de Faraón (v. 8). Cada una de ellas nos habla de una esfera de relaciones de Dios con los hombres. Si el templo es la imagen de la casa del Padre, la morada personal de Salomón sugiere más bien la casa del Hijo, dicho de otro modo, la Iglesia o Asamblea (Hebreos 3:6). La casa del bosque del Líbano habla de las futuras relaciones de Cristo, rey de gloria, con Israel. Allí se halla el trono del juicio. Finalmente, la casa de la hija de Faraón evoca Sus relaciones de Rey con todas las naciones de la tierra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"