En la casa
Generalmente la casa es para el hombre “su lugar”. Los Proverbios comparan a aquel que se va de su lugar con el “ave que se va de su nido” (Proverbios 27:8). La casa evoca la seguridad, la atmósfera de intimidad de la familia, las circunstancias vividas juntos. ¿Qué conoció Jesús de todo esto en la tierra? Cuando nació, no hubo lugar para él en el mesón (Lucas 2:7), aunque antes lo hubo para Johanán y sus compañeros (Jeremías 41:17). En la casa sobre la cual la estrella se detuvo, los magos le adoraron; poco después José y María debieron huir a Egipto…
Más tarde el Señor Jesús declararía, sobre la vida errante de su ministerio: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Sin duda habitó algún tiempo en Capernaum (Mateo 4:13; Juan 2:12), pero no encontraba un lugar que fuese suyo. Cuando en Jerusalén cada uno se fue a su casa, él no tuvo otro refugio que el monte de los Olivos (Juan 7:53). Al atardecer, cuando el pueblo había clamado: ¡“Hosana”!, ninguna casa se abrió en Jerusalén para recibirle. Dejó la ciudad y se fue a Betania con los doce.
Y de noche, saliendo, se estaba en el monte que se llama de los Olivos
(Lucas 21:37).
Sin embargo, a lo largo de los evangelios, varias veces lo encontramos “en la casa”, sin que se precise exactamente cuál era. Tendría que haber sido un lugar de intimidad, de tranquilidad, de descanso. No obstante, el evangelio de Marcos, el del Siervo, insiste sobre los visitantes que se encontraban allí: “Y se oyó que estaba en casa. E inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta” (Marcos 2:1-2). Allí respondió a la fe de los cuatro amigos que trajeron un paralítico, a pesar de la oposición de los escribas que estaban allí.
Esperó estar en “la casa” para sanar a los dos ciegos que le pidieron piedad en el camino. En la tranquilidad de esta casa, “les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:27-30).
Más tarde “vinieron a casa. Y se agolpó de nuevo la gente, de modo que ellos ni aun podían comer pan” (Marcos 3:20). Nuevamente los escribas se opusieron, y los suyos querían tomarle, “porque decían: Está fuera de sí”.
Sin embargo, en otras ocasiones la casa fue el lugar de encuentro con sus discípulos, quienes entonces podían hacerle preguntas cómodamente. Después de haber despedido a la multitud, y de haber entrado “en la casa”, ellos le preguntaron sobre la parábola de la cizaña del campo. Jesús les declaró su significado, pero quería llevar en pensamiento a los suyos mucho más lejos, a los misterios internos del reino. Mediante las palabras «además, también y asimismo» introdujo las parábolas del tesoro, de la perla de gran precio y la de la red (Mateo 13:36-50). ¿Qué eco tiene en nuestros corazones la mención repetida de este hombre que se “va, y vende todo lo que tiene”, o que se “fue y vendió todo lo que tenía” (v. 44, 46)? Los discípulos creyeron haber comprendido (v. 51), pero luego mostraron que no (Hechos 1:6).
Otro día, “cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola”. Ellos no habían alcanzado a comprender el pensamiento de Jesús, no habían entendido que el hombre no está manchado por las impurezas exteriores, sino mucho más por lo que sale de su propio corazón (Marcos 7:17-23). Solo el nuevo nacimiento puede cambiarlo.
Los discípulos no habían podido sanar a un muchacho endemoniado. Jesús dijo: “¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?”. Los discípulos esperaron que Jesús entrara “en casa” para preguntarle: “¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera?”. También nosotros nos preguntamos a veces: ¿Por qué esa falta de poder? El Señor les reveló el secreto: oración y ayuno, que es el renunciamiento a todo lo que frena la vida espiritual (Marcos 9:28-29). Quisiéramos trabajar para el Señor, pero olvidamos nuestra total incapacidad, que solo encuentra su recurso en Su poder, por medio de la oración. Muchas cosas del mundo debilitan el sentido espiritual, el trabajo es infructuoso, debido a la falta de “ayuno”.
“En casa” los discípulos manifestaron al Señor su preocupación en cuanto al divorcio (Marcos 10:10-12). Para él fue la ocasión de hacer resaltar la santidad del matrimonio. Más tarde el apóstol insistiría sobre la importancia de casarse “en el Señor” (1 Corintios 7:39).
Luego enseñó a sus discípulos en cuanto a sus sufrimientos. “Ellos no entendían esta palabra” (Marcos 9:32), y en el camino disputaban “quién había de ser el mayor”. En el camino Jesús no intervino, pero “cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Mas ellos callaron”. Él dejó hablar su conciencia mientras cada uno seguía con sus quehaceres, guardaba su ropa y tal vez se lavaba los pies o las manos. “Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”. Maravilloso tacto del Maestro que leía en sus corazones y solo intervenía en el momento preciso. Cuando nos encontramos alrededor del Señor Jesús, sentados en su presencia, ¿en qué medida las inquietudes de la vida, las preocupaciones, los proyectos, las disputas que tal vez hemos tenido con los hermanos o con los padres ocupan aún nuestros espíritus? Es mejor que previamente, en casa, ante él, se aclaren y se juzguen las cosas. Jesús dio el ejemplo de humildad tomando a un niño en sus brazos. En el reino, la escala de valores será completamente a la inversa: lo que es pequeño, será grande (Marcos 9:30-37). “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).
Como ya lo vimos, cuando Pedro estaba desconcertado por haber llevado a su Maestro a pagar el impuesto, Jesús esperó encontrarse con él “en casa” para explicarle el asunto (Mateo 17:25). Los cobradores habían preguntado: ¿“Vuestro Maestro no paga las dos dramas?”. Jesús no tenía que pagar nada; lo había dado todo (2 Corintios 8:9); iba a darse a sí mismo.