Elías

1 Reyes 18:1-16

Abdías - El mayordomo de la casa del rey

Los años de hambre finalmente llegan a su término y, de nuevo, la palabra de Dios viene a Elías diciendo: “Vé, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra”. Al principio de los años de sequía, Dios había dicho a Elías: “Apártate de aquí… y escóndete”; ahora, la palabra es: “Vé, muéstrate”. Hay un tiempo para escondernos y un tiempo para mostrarnos; un tiempo para proclamar la palabra de Dios desde los tejados y un tiempo para retirarse aparte, a un lugar desierto, y descansar un poco. Un tiempo para atravesar el país “como desconocidos” y un tiempo para mezclarse a la muchedumbre como “bien conocidos” (2 Corintios 6:9). Tales cambios son la parte común de todos los verdaderos siervos del Señor. Juan el Bautista, a su tiempo estuvo en el desierto como desconocido, hasta el día de su manifestación a Israel como bien conocido; después se retiró de nuevo de la vista pública al verse en presencia de Aquel de quien podía decir: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). Esta gracia que sabe cuándo conviene mostrarse y cuándo es necesario retirarse, encuentra su más perfecta expresión en el andar del Señor. Puede reunir a toda la ciudad ante la puerta del lugar en que mora, como alguien “bien conocido” y, levantándose antes de que despuntara el día, puede retirarse a un lugar desierto “como desconocido”.

Pero, para que tales cambios en el camino del siervo encuentren una rápida obediencia, es conveniente que este sea humilde y tenga gran confianza en Dios. Esta elevada cualidad de la fe no faltaba en Elías. Sin formular la menor objeción, “fue, pues, Elías a mostrarse a Acab”. Su formación en lo secreto lo había preparado para esta ocasión. A los ojos del rey, Elías era un proscrito, aquel que turbaba a Israel. A la luz de la razón humana, presentarse ante el rey sería, pues, pura locura. Dios ¿no habría podido enviar la lluvia sobre la tierra sin exponer a su siervo a la ira del rey? Ciertamente, pero eso no habría respondido en manera alguna a las circunstancias del momento. La lluvia había cesado a raíz de la palabra de Elías, en presencia del rey; y el retorno de la lluvia debía también depender de la intervención del profeta de Dios en presencia del rey. Si la lluvia hubiese caído de nuevo independientemente del testimonio público de Elías, este habría sido tratado al instante de falso profeta y de impostor; peor aun, los profetas de Baal habrían podido atribuir la liberación a su ídolo.

El estado moral del rey no deja la menor duda. Mientras Elías deja a Sarepta, según la palabra de Dios y para gloria de Dios, el rey emprende un viaje por puro egoísmo y teniendo por único motivo la conservación de sus caballos. Durante tres años y medio no ha caído lluvia ni rocío; el hambre se hace muy pesada en el país; el rey y el pueblo experimentan que es una cosa “mala y amarga” dejar a Jehová Dios y adorar a los ídolos (Jeremías 2:19). Pero ¿qué pasa con el rey? ¿Esta terrible calamidad ha tocado su corazón? ¿Ha producido el arrepentimiento ante Dios? ¿El rey recorre su reino para buscar alivio a la angustia de su pueblo que muere de hambre y para exhortar a cada uno a clamar a Dios? Desgraciadamente, solo piensa en sus caballos y en sus mulas antes que en su pueblo hambriento; y, muy lejos de buscar a Dios, busca simplemente hierba.

Este hombre débil, egocéntrico, inclinado a no privarse de nada, dominado por una mujer resuelta e idólatra, ha llegado a ser el jefe de la apostasía y el declarado enemigo del hombre de Dios. Y ahora, insensible a la terrible visitación de la sequía y el hambre, continúa su vida egoísta y frívola, tan indiferente a los sufrimientos de su pueblo como a los derechos de Dios. Esta es la imagen de depravación que ofrece el rey.

Pero en este momento, otro carácter, muy diferente, es puesto ante nosotros. Abdías era un hombre muy temeroso de Dios y que, en el pasado, había prestado un gran servicio a los profetas de Dios, y no obstante –cosa extraña– es mayordomo de la casa del rey. ¡Qué anomalía: un hombre muy temeroso de Dios se encuentra en íntima asociación con el rey apóstata! Alguien ha señalado: «No se trata simplemente de que a veces se haya visto engañado ni de que a veces su conducta dejara que desear, sino que toda su vida revela que es un hombre de principios mezclados».

Tanto Elías como Abdías eran santos de Dios, pero su encuentro está marcado por la reserva antes que por la comunión de los santos. Abdías es deferente y conciliador; Elías frío y distante. ¿Qué comunión puede haber entre el siervo de Dios y el ministro de Acab? Alguien ha observado justamente: «No podemos servir al mundo y seguir su corriente a escondidas unos de otros, y suponer que seguidamente podemos encontrarnos como santos y gozar de una dulce comunión».

Abdías intenta eludir una misión que a su parecer está llena de peligros. “¿En qué he pecado, para que entregues a tu siervo en mano de Acab para que me mate?”. Sin embargo, Elías no había hablado de pecado. Entonces Abdías invoca sus buenas obras. ¿Acaso Elías no había oído hablar de su bondad hacia los profetas de Dios en otro tiempo? Pero no era cuestión de buenas o malas obras; el origen de toda la turbación de Abdías residía en la falsa posición en la que se encontraba. Era un hombre bajo un yugo desigual.

El Espíritu de Dios se sirve de esta escena para mostrar las solemnes consecuencias de un yugo desigual entre la justicia y la injusticia, la luz y las tinieblas, Cristo y Belial, el creyente y el incrédulo (2 Corintios 6:14-18).

1. Abdías recibe sus órdenes del rey apóstata. Elías recibe sus directivas de Dios y obra según los mandamientos de Dios. Abdías, si bien es temeroso de Dios, no está empleado al servicio de Dios y no recibe ninguna directiva de Dios. Acab es su señor; a Acab debe servir y de Acab recibe sus órdenes. Así, durante este período de calamidad natural, él pierde su tiempo buscando hierba para las bestias de su señor.

2. Él vive en un bajo nivel espiritual. Cuando se halla en camino según la orden de su señor, “se encontró con Elías”. En presencia del profeta, Abdías se postra sobre su rostro y se dirige a él como “mi señor Elías”, manifestando que es consciente del bajo nivel en el que vive. Abdías habita en palacios reales; Elías en lugares desiertos de la tierra, en compañía de la viuda y del huérfano; sin embargo, Abdías sabe perfectamente bien que Elías es el más grande. Las elevadas posiciones de este mundo pueden conferir honores terrenales, pero ellas no pueden acordar dignidades espirituales. Elías ni siquiera puede reconocer a Abdías como un siervo de Dios. Para él, este no es más que un siervo del malvado rey, pues le dice: “Vé, di a tu amo: Aquí está Elías”.

3. La triste respuesta de Abdías muestra claramente que él vive sintiendo un cobarde temor del rey. Como siervo de un autócrata egoísta, recula ante una misión que puede atraer su ira y su venganza.

4. Esta asociación profana no solamente mantiene a Abdías temeroso del rey, sino que también destruye su confianza en Dios. Reconoce que el Espíritu de Dios pondrá a Elías al abrigo de la venganza del rey, pero, para él, no tiene fe para contar con la protección de Dios. Una posición falsa y una conciencia sin satisfacción lo han privado de toda confianza en Dios.

5. Como carece de confianza en Dios, no está preparado para ser empleado por Dios. Retrocede ante una misión en la que puede discernir peligro y quizá la muerte. Repite tres veces que Acab lo hará morir. Intenta esquivar la misión aduciendo su propia bondad y la maldad del rey.

¡Cuán diferente es la actitud de Elías! Anda separado del mal y está colmado de santa intrepidez. No porque su confianza estuviese puesta en sí mismo o en su marcha de separación, sino porque estaba puesta en el Dios vivo. Puede decir a Abdías: “Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy, que hoy me mostraré a él”. ¡Cuán solemne es que Elías deba dirigirse a un santo de Dios en los mismos términos en que se dirige al rey apóstata! (1 Reyes 17:1; 18:15). Abdías, en presencia del rey, está lleno de temor a la muerte; Elías permanece ante el Dios vivo lleno de calma y santa confianza. Debido a su fe en el Dios vivo, él había advertido al rey de la sequía que iba a venir; por fe en el Dios vivo, había sido alimentado en secreto durante los años de la sequía; merced a su fe en el Dios vivo, una vez más puede aparecer ante el rey y decir sin rastro de temor: “Hoy me mostraré a él”.

Abdías no había pasado por una escuela así. Había seguido el camino más cómodo antes que el camino de la fe. Se complacía en la ciudad como mayordomo en casa del rey, y no en los lugares desiertos de la tierra como el fiel siervo de Dios. Su esfera era el suntuoso palacio del rey antes que el humilde hogar de la viuda.

A los ojos del hombre natural, ¡cuán deseable parece la posición de Abdías con sus comodidades, su riqueza y su elevado rango, y cuán miserable el humilde camino de Elías con su pobreza y sus privaciones! Pero la fe estima por mayor riqueza “el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Hebreos 11:26). Elías encontró mayores riquezas en la pobreza del hogar de la viuda que Abdías en el esplendor del palacio del rey. Podemos decir que en Sarepta “las inescrutables riquezas de Cristo” (la harina que no escaseaba, el aceite que no disminuía y la resurrección) fueron desplegadas ante los ojos del profeta. Abdías no conoció tales bendiciones. Ciertamente evitó el vituperio de Cristo, pero pasó de largo ante las insondables riquezas de Cristo (Efesios 3:8). Eludió la prueba de la fe y perdió las recompensas de la fe.

Bien ha podido decirse de Moisés:

Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible
(Hebreos 11:27).

También Elías volvió la espalda al mundo de su tiempo, sin temer la ira del rey. Con la visión que tenía del Dios vivo, se mantuvo firme, como viendo a Aquel que es invisible. Todo esto faltaba en Abdías. Quizá temía en secreto a Dios, pero públicamente temía al rey. Jamás había roto con el mundo y no veía al Dios vivo.

Elías, separado del mundo y santamente consagrado a Dios, está en contacto con el cielo y ve, desplegadas ante sus ojos, las maravillas de la gracia y de la potestad de Dios. Abdías es completamente ajeno a esas maravillas celestiales: identificado con el mundo y asociado con el rey apóstata, solo puede estar ocupado en cosas terrenales. Así, mientras Elías busca la gloria de Dios y la bendición de Israel, Abdías busca hierba para caballos y mulos.

Después de haber entregado el mensaje de Elías, Abdías desaparece del relato, mientras que Elías recibe nuevos honores como testigo del Dios vivo, hasta el momento en que, al final, entra en la gloria en un carro de fuego (2 Reyes 2:11).