Querit - Se secó el arroyo
El profeta había estado solo con Dios en la oración. Luego había hecho una corta pero bella confesión ante el rey apóstata. Pero Dios reserva a Elías un servicio mucho más elevado; llegará el día en que triunfe sobre el conjunto de las tropas de Baal y vuelva a traer a la nación de Israel al Dios vivo. No obstante, todavía no ha llegado el tiempo para la escena del Carmelo. El profeta no está preparado para hablar, ni la nación para escuchar. Israel deberá pasar por los años de hambre antes de estar dispuesto a escuchar la palabra de Dios; Elías debe ser instruido en lo secreto antes de poder hablar de parte de Dios. El profeta debe emprender el solitario camino del arroyo de Querit y habitar en la lejana Sarepta antes de poder estar en el monte Carmelo.
El primer paso hacia el Carmelo, situado al oeste, debe ser dado en la dirección opuesta. “Apártate de aquí, y vuélvete al oriente”, esa es la palabra de Dios. A su debido tiempo, traerá a su siervo al lugar preciso en el que podrá servirse de él; pero lo llevará allí cuando esté en condiciones de ser empleado. Para llegar a ser un vaso útil al Señor (2 Timoteo 2:20-21, V. M.), él debe habitar algún tiempo en lugares solitarios y pasar por caminos difíciles, con el fin de conocer su propia flaqueza y el infinito poder de Dios.
Todo siervo de Dios tiene su Querit antes de llegar a su Carmelo. José, antes de llegar al poder y a la gloria, debe pasar por la cisterna y la prisión para alcanzar el trono. Moisés debe ir al desierto antes de llegar a ser el conductor del pueblo de Dios a través del desierto. El mismo Señor también estuvo solo en el desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días y estuvo con las fieras, antes de asumir su ministerio público ante los hombres. Ciertamente no como nosotros, pues la finalidad de Dios es llevarnos a descubrir nuestra debilidad, despojarnos de nuestra propia suficiencia. Pero la tentación reveló las infinitas perfecciones de Cristo y manifestó ante nosotros su perfecta preparación para una obra que nadie más podía hacer. Circunstancias difíciles como las que sirvieron para revelar las perfecciones de Cristo son necesarias, en nuestro caso, para revelar nuestras imperfecciones, a fin de que todo pueda ser juzgado en la presencia de Dios y podamos llegar a ser así vasos útiles para él.
Esa era la primera lección que Elías debía aprender en Querit: la lección del vaso vacío. Dios le dijo:
Apártate de aquí y escóndete.
El hombre que va a ser testigo de Dios debe aprender a estar fuera de la vista. Para ser preservado de querer parecer algo ante los hombres, debe reconocer su propia nulidad ante Dios. Elías debe pasar tres años y medio en un retiro escondido, con Dios, antes de pasar un solo día a la vista de los hombres.
Pero Dios tiene otras lecciones para Elías. Deberá mostrar su fe en el Dios vivo ante Israel. ¡Pues bien! primeramente debe aprender a vivir por la fe, día tras día, en lo secreto ante Dios. El arroyo y los cuervos son dados por Dios para responder a las necesidades de su siervo, pero la confianza de Elías debe estar puesta en el Dios invisible y vivo, y no en las cosas visibles como arroyos o cuervos. “He mandado”, dice Dios, y la fe reposa en su palabra.
Además, para gozar de los cuidados de Dios, el profeta debe estar en el sitio escogido por Dios. La palabra dirigida a Elías es: “He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. Elías no escoge el lugar de su retiro; debe someterse a la elección de Dios. Solamente ahí puede disfrutar de las bendiciones de Dios.
Asimismo, la obediencia a la palabra de Dios es el único camino de la bendición. Y Elías siguió ese camino, pues leemos: “Y él fue e hizo conforme a la palabra de Jehová”. Fue adonde se le dijo que fuera; hizo lo que Dios le dijo que hiciese. Cuando dice: “Vé, y haz”, como al intérprete de la ley en el evangelio (Lucas 10:37), una obediencia completa e inmediata es el único camino de bendición.
Pero el arroyo de Querit reservaba una lección todavía más dura y más profunda para el profeta: la lección del arroyo que se secó. Dios había dicho: “Beberás del arroyo”; obediente a la palabra, “bebía del arroyo”; y a continuación “se secó el arroyo”. El mismo arroyo que Dios había preparado, del cual había ordenado al profeta que bebiera, se secó. ¿Qué puede significar eso? Elías ¿dio un paso en falso? ¿Se encuentra en una posición errónea? ¡Imposible! Dios había dicho: “He mandado a los cuervos que te den allí de comer”. ¿Se había equivocado? De ninguna manera. ¿No había dicho Dios: “Beberás del arroyo”? Sin ninguna duda. Estaba en el lugar escogido por Dios, obedecía a la palabra de Dios y, sin embargo, el arroyo se había secado.
¡Qué dolorosa experiencia! ¡Qué providencia misteriosa! Estar en el lugar designado por Dios, obrar obedientemente según sus órdenes formales y tener que comprobar el completo fracaso de la provisión que Dios había garantizado para las necesidades diarias. ¡Qué prueba para la fe! Elías había declarado con intrepidez ante el rey que él estaba ante el Dios vivo. Helo aquí ante el arroyo seco para experimentar la realidad de su fe en el Dios vivo. ¿Esta fe en el Dios vivo va a continuar firme cuando los arroyos terrestres se secan? Si Dios vive, ¡qué importa que el arroyo se seque! Dios es más grande que todas las gracias que dispensa. Las gracias pueden ser retiradas, pero Dios permanece. El profeta debe aprender a confiar en Dios más bien que en los dones que él concede. El Dispensador es más grande que sus dones: esta es la lección del arroyo que se secó.
Encontramos la misma lección en otro relato, cuando, más tarde, la enfermedad y la muerte entraron en el apacible hogar de Betania. Dos hermanas, privadas de su hermano, se encuentran frente al arroyo que se secó. Pero su prueba fue “para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Lo que da gloria al Hijo trae bendición a los santos. Si Lázaro era recogido, Jesús, el Hijo de Dios, quedaba, sirviéndose de la pérdida de los arroyos terrenales para revelar una fuente de amor que no se agota nunca y un manantial de poder ilimitado. Lo mismo ocurrió en los días del profeta: el arroyo que se secó fue la ocasión para descubrir más elevadas glorias de Dios y bendiciones más preciosas para Elías. Esto no era más que un incidente del que Dios se valía para traer al profeta de Querit –el lugar del arroyo que desaparece– a la casa de Sarepta, donde debía descubrir la harina que no se agota jamás, el aceite que no falta y al Dios que resucita a los muertos. Si Dios permite que el arroyo se seque, es porque tiene una mejor porción, más bella, para su amado siervo.
Es lo mismo para el pueblo de Dios hoy en día. Todos deseamos tener alguna fuente terrenal de la que beber; no obstante, cuán frecuentemente, en los propósitos de un Padre que sabe que tenemos necesidad de esas cosas, nos encontramos ante un arroyo que se seca. Atraviesa nuestro camino bajo diferentes formas; tal vez por el duelo, o por una salud desfalleciente, o por la brusca suspensión de una fuente de remuneración nos encontramos junto al arroyo que se ha secado. ¡Cuánto nos beneficia que en tales momentos podamos, por medio de la fe en el Dios vivo, elevarnos por encima de la ruina de nuestras esperanzas terrenales, de los desfallecientes apoyos humanos, y aceptarlo todo como proveniente de él! Entonces veremos que incluso la prueba es el medio del que se sirve Dios para revelarnos los inmensos recursos de su corazón de amor y conducir nuestras almas a una bendición más profunda, más preciosa que lo que habíamos conocido.