La Iglesia
La Iglesia o Asamblea se menciona por primera vez en el evangelio de Mateo, donde el Señor Jesús declara: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). La Iglesia, mencionada también en el capítulo 18 del mismo evangelio, es vista como una autoridad a la cual hay que acudir para cualquier litigio, pero esta autoridad le es conferida únicamente cuando cuenta con la presencia del Señor en medio de ella, según el versículo 20: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Volveremos a este tema un poco más adelante y veamos primeramente lo que es la Iglesia según la Palabra de Dios.
Su fundamento
El versículo citado en Mateo 16:
Sobre esta roca edificaré mi iglesia,
nos enseña que el Señor Jesús mismo es el constructor. El edificio debía construirse aun cuando Pedro hizo esta preciosa declaración: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). El fundamento sólido sobre el cual reposaría la construcción era así dejado muy en claro por las palabras del apóstol, y él mismo fue designado por el Señor para reunir los primeros elementos de esta Iglesia y establecerlos sobre la roca inquebrantable, que no puede ser otro que Jesucristo. El apóstol Pablo también pudo decir: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento… Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:10-11).
Los apóstoles fueron empleados por Dios para poner el fundamento. La epístola a los Efesios, cuyo tema principal es la unión de Cristo con la Iglesia, dice: “Sois… conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (cap. 2:19-20). La Iglesia, basada sobre Cristo y construida por él, no es una organización humana, y mucho menos un edificio que sirve de lugar de culto.
¿Quién es miembro de la Iglesia?
Al principio del libro de los Hechos vemos que
El Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (cap. 2:47).
No es la Iglesia la que recluta a sus miembros, ni tampoco la que busca adeptos: es Jesús mismo quien toma pecadores salvados por gracia y los añade como piedras vivas a este edificio en formación: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual” (1 Pedro 2:5). Desde el momento en que un alma se vuelve hacia el Salvador y cree en su obra redentora, pasa a formar parte de la casa de Dios, la Iglesia del Dios vivo. Quizá lo ignora, por falta de enseñanza a este respecto, pero eso es lo que el Señor ha querido hacer para sus redimidos.
Este edificio espiritual aún se halla en construcción, pero está a punto de terminarse, porque pronto el Señor vendrá a buscar a sus rescatados para reunirlos en la casa del Padre. Ninguno de ellos será olvidado; pero nadie formará parte de estos bienaventurados si antes no ha respondido al llamado de gracia del Salvador, aunque haya sido miembro de una organización eclesiástica en esta tierra.
¿Qué papel desempeña la Iglesia en la tierra?
“No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”, dijo Jesús a su Padre, y añadió: “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:16-18). De ahí resulta que la posición de la Iglesia en la tierra tiene doble aspecto: es extranjera, porque su carácter es celestial, pero está aquí para dar testimonio a la verdad del Evangelio. Algunos creyentes, al no haber comprendido esto, se han encerrado en claustros, mientras otros se han metido en la política de este mundo. El creyente debe separarse moralmente de este mundo, ya que es responsable de realizar las funciones de testigo y de servir al Señor, sea en relación con los no creyentes o en el seno de la misma Iglesia.
En diferentes porciones de la Palabra de Dios, la Iglesia es comparada con un cuerpo constituido por todos sus miembros. El Espíritu de Dios es la potencia vital que anima a cada uno de estos miembros a cumplir una función particular, semejante a los diversos miembros y órganos del cuerpo humano. “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Corintios 12:18). Unos tienen una actividad visible, otros escondida. Unos desempeñan su papel en el exterior del cuerpo, otros tienen funciones internas; las más importantes no son necesariamente las que se ven, sino que cada uno cumple su función donde Dios lo ha colocado.
Así ocurre con la Iglesia de Dios y con cada uno de sus miembros. A pesar de la ruina de su aspecto exterior, la Iglesia cumple aún su función en este mundo. Por medio de la propagación del Evangelio, de las ayudas aportadas a los necesitados, la oración y la intercesión en favor de todos los hombres, cada miembro del cuerpo de Cristo contribuye al testimonio de Dios en la tierra.
La iglesia local
Cuando la Palabra de Dios fue escrita, había asambleas formadas en distintas localidades. El apóstol Pablo fue el medio utilizado para constituir diferentes iglesias a lo largo de sus viajes por Asia y Europa. Cuando escribió sus cartas, las dirigió a ellas, reconociéndoles el título de asambleas de Dios. Estas iglesias tenían la responsabilidad en la ciudad donde habían sido establecidas, y representaban allí el testimonio del Señor, para lo cual debían hacer brillar la luz. El número de miembros nunca fue indicado, y aunque hubiesen sido dos o tres, la sola presencia del Señor en medio de ellos les confería el valor de iglesia o asamblea.
Algunos desórdenes fueron introducidos en varios lugares, y el Espíritu de Dios condujo a los apóstoles a escribir diferentes epístolas para enseñarnos cómo debemos comportarnos a este respecto. También vemos cómo era reconocida la autoridad apostólica, y cómo se restablecía la comunión cuando sus enseñanzas eran escuchadas. Actualmente los apóstoles ya no están aquí, pero sus escritos permanecen y forman parte de la Palabra de Dios, única referencia para resolver nuestras dificultades.
En los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis, el mismo Señor Jesús envía cartas a siete asambleas de Asia. Cada una de estas iglesias tenía su propia responsabilidad local1 ; el Señor también declara a cada una: “Yo conozco tus obras”. Las censuras dirigidas a cinco de ellas toman el aspecto de amenaza cuando les dice: “Quitaré tu candelero de su lugar” (cap. 2:5), o: “Te vomitaré de mi boca” (cap. 3:16). Cada una de ellas es invitada a arrepentirse, y recibe una promesa si escucha la advertencia.
Aquí vemos que la iglesia local es reconocida en su propia responsabilidad y que está formada por todos los verdaderos creyentes que se encuentran en una localidad. La realización concreta de esto no duró mucho tiempo sin que se introdujeran profundos errores que condujeron a la extinción progresiva de la lámpara del testimonio colectivo. No obstante, queda una posibilidad, pues el Señor es fiel a su promesa. Cuando algunos creyentes se reúnen en el nombre de Jesús fuera de toda organización humana, en obediencia a la Palabra y bajo la dirección del Espíritu, entonces son la expresión visible de la Iglesia de Dios en esa localidad.
- 1Nota del editor: También existe una responsabilidad colectiva. La palabra dice repetidas veces: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (por ejemplo, Apocalipsis 2:7). Cada iglesia debía escuchar lo que el Espíritu decía a las demás.
El destino de la Iglesia
“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa” (Efesios 5:25-27).
“Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo” (Juan 17:24).
Esta Iglesia adquirida por Jesús al precio de sus sufrimientos le es dada por el Padre para que esté siempre con él y sea el objeto de su corazón. A menudo se emplea la imagen de una esposa, tanto en los tipos (las figuras) del Antiguo Testamento como en la revelación del Nuevo. Apocalipsis 19:7-9 describe las bodas celebradas en el cielo, que consagrarán la unión indisoluble de Cristo con su Iglesia eternamente.
El Señor busca en los corazones de los que le pertenecen sentimientos de amor que respondan a los suyos. El deseo de sus almas cuando corresponde al de Jesús les lleva a decir juntos, conducidos por el Espíritu: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).
Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven
(Apocalipsis 22:17).