Conocer al hombre
¿Basta con mirarse al espejo para conocerse? ¿Basta con frecuentar a una persona para saber cómo es? Ni las cualidades naturales ni los defectos se disciernen fácilmente, cuánto menos el alma humana en sus profundos recovecos, que solo ciertas circunstancias pueden sacar a la luz.
Sin embargo, Dios no ha ocultado al hombre su propio estado. Sin esperar que los acontecimientos nos revelen qué es el hombre, busquemos su imagen en la Palabra de Dios, ya que es un espejo fiel.
El origen del hombre
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó
(Génesis 1:26-27).
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (cap. 2:7).
“El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo” (cap. 5:1-2).
“He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto” (Eclesiastés 7:29).
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay… él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra” (Hechos 17:24-26).
Independientemente de lo que el hombre haya llegado a ser en su envilecimiento, no obstante queda una criatura superior, hecha a la imagen y semejanza de Dios. La dignidad de la naturaleza humana es reconocida en la Palabra de Dios, tal como nos dice la epístola de Santiago: “Con ella (la lengua) bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios… Hermanos míos, esto no debe ser así” (cap. 3:9-10).
Al tomar esta naturaleza humana, excluyendo el pecado, Jesús demostró que lo que Dios creó es excelente. El hombre, con sus facultades físicas, mentales y espirituales, es la obra maestra de la creación. El plan de su formación fue elaborado por el consejo divino con el propósito de que fuera capaz de mantener una relación con su Creador. Sobre todo, con ese fin el hombre, única criatura terrenal que tiene tal capacidad, fue creado a la imagen de Dios. Es cuerpo, alma y espíritu. Su cuerpo, sacado de la tierra, vuelve al polvo, mientras el espíritu vuelve a Dios, según lo que está escrito: “Y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Eclesiastés 12:7).
La responsabilidad del hombre
Desde su creación, el hombre fue considerado responsable ante Dios, quien le asignó una función: señorear “en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (cap. 2:15). Toda responsabilidad conlleva un lado negativo y uno positivo. Lo mismo sucedió en la creación, por la prohibición formulada en relación con el árbol del conocimiento del bien y del mal. Esta responsabilidad del hombre lo sitúa de entrada en un nivel superior a todas las criaturas terrestres, porque ninguna de ellas, a excepción del hombre, tiene relaciones con Dios.
La caída del hombre
No satisfecho con lo que se le había dado, el hombre deseó lo que le había sido prohibido. Con el propósito profundo de sustraerse a su posición de dependencia respecto a su Creador, el hombre desobedeció el único mandamiento que se le formuló. Prefirió escuchar la voz mentirosa de Satanás, porque correspondía al deseo secreto, escondido en el fondo de su corazón. “Seréis como Dios”, dijo el enemigo, y llevó a nuestros primeros padres al camino del orgullo y de la rebelión, camino característico de todo hombre desde los primeros tiempos hasta nuestros días. Toda la historia de la humanidad es la demostración de lo que revela esta escena del huerto de Edén. También la sentencia divina que se pronunció entonces es demostrada por la historia humana:
Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron
(Romanos 5:12).
En lo sucesivo, separado de Dios, convertido en pecador, el hombre fue de mal en peor; los cinco primeros capítulos del libro de Génesis nos lo muestran. Los periódicos de hoy no contradicen esta afirmación: violencia y corrupción, este es el cuadro que día a día se presenta ante nuestros ojos.
El destino del hombre
“Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). ¿No existe, pues, ningún remedio? ¿Debemos perder la esperanza en el hombre?
Puesto a prueba en la inocencia, el ser humano falló. Puesto a prueba sin ley, se corrompió más allá de toda medida. Puesto a prueba bajo la ley, la transgredió tan pronto como fue establecida. Puesto a prueba bajo la gracia hoy, y bajo el reinado de la justicia mañana, demostrará cada vez más su incapacidad total para hacer frente a su responsabilidad delante de su Creador.
No obstante, Dios tiene en mente una bendición eterna para el hombre que creó a su imagen. Desde la eternidad, las delicias de su corazón estaban en los hijos de los hombres, y quería formar de ellos una familia. Él cumplirá este designio de gracia, y los siglos venideros revelarán el maravilloso consejo de su voluntad divina en aquellos que hayan sido los beneficiarios de la obra de salvación cumplida en el monte Calvario.
Sobre la base de esta obra, la misericordia divina está en actividad a favor de aquellos que miran al Dios Todopoderoso, cualesquiera que sean. La Palabra de Dios nos da varios ejemplos por medio de la historia de Job, los patriarcas y los profetas. Todas las ceremonias del culto levítico anunciaban por anticipado la obra que sería cumplida y por medio de la cual los pecados serían expiados (leer Romanos 3:24-26).